De todas las burradas que se han escrito -tanto aquí como allí- sobre la expulsión de Cristiano Ronaldo el domingo pasado, hay un par que se han esgrimido como prueba irrefutable de Villarato y que, en un claro caso de retroalimentación medios panfletarios/club, han llegado a ser presentadas como pruebas atenuantes ante el Comité de Competición (esa panda de enchufados que suele decidir los partidos de sanción jugando a los chinos entre vermut y vermut). Como considero que se trata de argumentos falaces en toda regla, y como soy culé y además carezco de las abdominales de CR9, me permito desmontarlos sin piedad imagino que por odio irracional y envidia malsana, que es lo que dicen en la capital que tenemos todos los que queremos ver expulsado a un jugador de tamaña actitud ejemplar.
Falacia #1: no hay intencionalidad. Perdonen pero para eso existe en el código penal la figura del “homicidio involuntario”. Si usted circula beodo perdido por la Calle Valencia a las cuatro de la tarde a cien por hora y, por un infortunio del azar, atropella a un niño que cruzaba la calle sin mirar le puedo asegurar que le va a caer un puro de órdago. Ya sabemos que cuando se calzó el séptimo cubata antes de entrar en el coche y se disponía a pisar a fondo su intención no era la de acabar con la vida de un chaval de seis años, pero la mala suerte fue que el destino de ambos se cruzara con consecuencias funestas para el infante y, de rebote, para usted. Así de claro: la intencionalidad no es un atenuante en la mayoría de los casos. O mejor dicho, sí lo es: es la diferencia entre los quince años que le echará el juez y la cadena perpetua que le habría caído encima si usted fuera un psicópata asesino en toda regla. O, en el caso de Ronaldo, la diferencia entre ocho partidos de sanción “a lo Pepe” y los dos que el Comité le ha impuesto de salida.
Falacia #2: Messi hizo lo mismo y no lo sancionaron. “Verá, señor juez, es cierto que yo iba a cien cuando me cargué al chaval, pero es que cinco minutos antes había pasado otro a ciento veinte y a ése no lo enchironan”. “Bueno, mire, de entrada en su caso hay un cadáver” -le responderá el magistrado- “y en el otro no, pero es que además resulta que el otro señor se había quedado sin frenos e iba tocando la bocina para avisar a los transeúntes, y por si fuera poco se estampó contra la fuente del Paseo de San Juan unas calles más adelante, que fue la única forma que encontró de parar el vehículo. Sí, le vamos a meter un multazo por no llevar el coche en condiciones, pero de momento eso aún no está penado con la cárcel, que yo sepa”. O dicho de otro modo, la acción de Messi no causó lesión alguna y además las circunstancias eran totalmente distintas: ni sus manotazos tenían la violencia de los de Cristiano, ni tuvo el jugador la voluntad de echar por tierra bajo cualquier medio al oponente para seguir su jugada. Bien al contrario, al final Messi desiste y se para, mientras que CR9 sigue adelante y a todo trapo, pasando de lo que pueda haberle sucedido al contrario.
Por tanto, no cuela. Excepto Hannibal Lecter, Jack el Destripador y Adolf Hitler, la gente no tiene mala fe cuando provoca alguna calamidad: ni el que tira la colilla encendida por la ventana de su 4×4 quiere arrasar con fuego la montaña, ni el que pone un Pitbull en el jardín quiere que el animal le arranque los huevos al primer caco que salte la valla, pero las cosas son como son y cada acción nuestra tiene consecuencias. Nuestro deber es acatarlas como personas adultas y responsables que somos. Que conste en acta que no tildo a CR9 ni de homicida ni de pirómano, pero al hombre se le fue la pinza y lesionó gravemente a un contrincante. El árbitro le vio así que mala suerte: roja, a la calle y quince días de gimnasio. Tampoco pasa nada, no hay que electrocutarle ni retirarlo del fútbol para siempre jamás. Simplemente que acate el castigo como un hombre y, si yo fuera Valdano, le montaría un pollo de cuidado a puerta cerrada, porque el día del Almería sí que parecía aquello una agresión en toda regla, y en San Mamés tal vez -sólo tal vez- le sobró el gesto de hacer ver que le tiraba el balón a la cara de un espectador que le increpaba. Que ya van unas cuantas, querido, y me dejo en el tintero las que arrastras de tu época de Red Devil.
Porque ésa también es una diferencia con nuestro Messi. Tal vez la fundamental, mira tú por dónde. Y la razón principal por la que nuestro jugador sale ovacionado de la mayoría de los campos en los que juega, mientras que el portugués despierta pasiones digamos que “encontradas” en el mejor de los casos. Food for thought, my friend.