Me considero un gran culé y en consecuencia o fuera de ella tiendo a pensar siempre lo peor: la Liga la va a ganar el Madrid. Me siento muy jodido al hacer esta afirmación a fecha de hoy y espero ser nuevamente motivo de burla, que no sorna, por defenderla. Como el Pitoniso Pito y todo aquel que se precie de ser un yoyero como Dios manda, me la pela. Si es necesario ya buscaré una estadística que me convenga y me sacaré de la manga algún acierto si me vuelvo a equivocar, pero ahora mismo, me inclino por pensar que si algo puede salir mal, saldrá: el Barça no ganará la Liga.
Tengo pocos argumentos y todos deleznables: cual bola de arena, no se sostienen firmes por demasiado tiempo en ninguna mano sólida. Pero no importa: mi hija ya me advirtió hace un año al volver de Roma: “Saps què Papi, l’any que ve, el Barça no guanyarà res”. Me quedé perplejo. Tan pequeña (9 años) y ya contaminada por mi habitual derrotismo. ¡Ella, que lo ha ganado todo en su primer año de culé! Se equivoca, pensé entonces. Un año después, a pocos días de la pelea final por esta puta Liga, yo me temo lo peor… y ella, en cambio, es más bien optimista.
Quizás la niña haya percibido ya en este tiempo los estímulos del nuevo entorno culé, mucho más positivo y confiado que el que a mí me ha tocado vivir, de lo cual yo me alegro. Pero el caso es que, en aquel momento, me pareció ver en ella la cruda realidad de nuestro gen azulgrana. El derrotismo es hereditario. No obstante, la derrota NO tiene porque serlo. En el fondo, como la niña, todos somos un poquitín asínnnn de capullos. ¡Pero tranquis, esta Liga la gana el Barça, qué cojones! La niña acierta ahora, no antes.