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Hijos de un Dios mejor

El presente y el futuro inmediato del mejor Barça de la historia descansa sobre los diminutos hombros de Xavi, Iniesta, Messi y Pedro, y sobre las más anchas espaldas de Piqué y Busquets. Son ellos los mejores de siempre, superan barreras insalvables hasta hace poco, copan los trofeos colectivos y se amontonan en las listas de los individuales, pero no conseguirán jamás ser los primeros en llegar. Nunca podrán abrir la veda. Eso lo hicieron otros, a principios de los noventa, con Guardiola a la cabeza.

Para Xavi, Iniesta y Piqué su actual entrenador ha sido siempre un referente, una luz que alumbraba el alambre del que muchos iban cayendo. Para Busi y Pedro ha sido mucho más; lo ha sido todo, pero esa es otra historia. A lo que iba es las buenas generaciones no llegan sin previas aventuras en solitario de jabatos que han abierto vía. La abrió el Dream Team en Wembley, y años después los que lo vieron por la tele y los que lo vivieron en la guardería se han empeñado en hacer de la proeza costumbre, pero también la abrieron otros que han tenido continuidad.

La mayoría de los casos se han dado en los deportes individuales, donde la cantidad suele producir calidad y sólo unas extraordinarias excepciones han desmentido la lógica que empareja falta de medios y planificación a la escasez de resultados. Santana, Nieto, Seve y Epi dentro de nuestras fronteras, y Borg, Becker y Schummacher fuera de ellas, son algunos de esos excepcionales deportistas que nacieron para explorar lo inexplorado, por trazar senda en tierra virgen.

Bjorn Borg cultivó fama tenística en los setenta y líos de faldas en los ochenta. Precisamente una década prolífica en la aparición de los denominados hijos de Borg, incontables jovencitos suecos de similares apellidos y afamada presencia en los grandes torneos. Antes de Borg sólo Sven Davidson (Roland Garros, 1957) había puesto la bandera sueca en un Grand Slam.

Tras el reinado aliado de Borg (6 Roland Garros en Francia i 5 Wimbledon en Inglaterra) los cuatro grandes torneos del circuito tomaron la costumbre de hacerse los suecos por mor de los raquetazos de Mats Wilander (3 Roland Garros, 3 Open Australia, 1 US Open), Stefan Edberg (2 Wimbledon, 2 Roland Garros, 2 US Open) y Thomas Johanson (1 Open Australia). Y más que hubiesen caído si Mikael Pernfors, Magnus Norman y Robin Soderling hubiesen ganado sus finales de Roland Garros, o Thomas Enqvist la del Open de Australia.

Alemania no era precisamente una potencia ni en la ATP ni en F1 cuando Boris Becker y Michael Schummacher llegaron a ellas para romper moldes. Tres Wimbledon, un US Open y dos Open de Australia contemplan el palmarés del rubio con gustos de ébano, y siete campeonatos del mundo y 85 carreras ganadas alumbran al genio de Karpen.

Más allá de los logros individuales está el iniciar una tendencia, el crear una moda que atraiga patrocinadores y planificación a la base. Antes de Becker no había nada; antes de Schummi todavía menos. Hoy en cambio, está el emergente y bullicioso Vettel, que consiguió el subcampeonato en el último mundial y se ha hecho ya con cinco Grandes Premios, pero también están los podios de Heidfield (12), Glock (3), Rosberg (2) y la Sutil mejora de Adrian.

Pese a faltarle un Vettel que ilusione en el futuro inmediato, el legado tenístico que dejó la supina irrupción de boom-boom en un verano londinense tampoco está tan mal. Michael Stich conquistó Wimbledon a la sombra de Boris, Tommy Haas llegó al numero 2 de la ATP en 2002 y se hizo con la plata en Sidney 2000, y Rainer Schüttler (finalista) y Nicolas Kiefer (semifinalista) hicieron historia en Australia.

Pero como no todo es cuestión de devolverles a los suecos y alemanes sus veraniegas visitas, también aquí tenemos a exploradores de lo deportivo que le enseñaron a un país en blanco y negro que más allá del fútbol estaba el deporte. Probablemente sin los dos Roland Garros , los dos US Open y el Wimbledon de Manuel Santana no habrían llegado los dos Roland Garros de Sergi Bruguera, los tres de Arancha, el Wimbledon de Conchita, el Másters de Corretja, el éxtasis en París y el número uno mundial de Moyà y Ferrero y las tres Copa Davis que sitúan al tenis español en lo más alto.

Pero, por encima de todo, sin las inhóspitas hazanas de los primeros Manolos (Santana&Orantes) del deporte patrio en una casa futbolera de Manacor probablemente no se hubiese cambiado balón por raqueta, Barça por Madrid, diestra por zurda. Sin esos cambios hoy Federer sería mucho más feliz y Suiza ya se llamaría Rogerland.

Cambien el tenis por las motos, y a Santana por Ballesteros, y verán más de lo mismo. Con Seve abriendo mercado, sorprendiendo a los ingleses yputteando (también con dos T’s) para 3 British, 2 Masters, 5 Mundiales Match Play y 85 torneos más, para que Txema Olazábal (2 Masters y 4 Ryders), M.A. Jiménez, Sergio García, Garrido y compañía se tropezasen con campos de golf a cada esquina y pudiesen llenar bolsillos y salas de trofeos.

También los colegiales Marc Márquez y Pol Espargaró tuvieron su braveheart, por mucho que ellos lo tengan que ir a buscar en los libros de historia de la biblioteca de su instituto. Fue Angel Nieto, que conquistó 13 mundiales y 90 victorias en bicicletas con motor cuando los Alcántara no llevaban endulcorante.

Tras él vino lo bueno. Los otros, a excepción de Tormo, Aspar y ChampiHerreros, no se conformaron con las motos de Fisher-Price y se lanzaron a colonizar el mundial de las grandes cilindradas. Sito bicampeonó en 250cc y lo intentó sin éxito en 500cc, Crivillé jubiló a Doohan en la máxima cilindrada, tras tocar el cielo con una JJ Cobas de taller en 125cc, y Lorenzo&Pedrosa a quien quieren jubilar es a Valentino.

Hemos empezado el cuento con un deporte de equipo y lo vamos a terminar igual. Si en fútbol la referencia del éxito culé tuvo nombre de cantante melódico, la de baloncesto tiene nombre de muñeco de trapo. Y es que la historia del baloncesto español y azulgrana sería muy diferente de no haber persistido en el lanzamiento un tosco proyecto de pívot aragonés que llegó al Barça para acompañar a su hermano mayor.

En Epi empezó el baloncesto moderno, pese a que hoy parezca pertenecer a la prehistoria junto a Antonio Díaz Miguel. Nada de eso. En una época supuestamente amateur, con los gigantes rusos y yugoslavos dominando a placer por la alienación yankee, el Epi-sistema llevó a Barça y España a su tope internacional de la época: el subcampeonato.

El esfuerzo de un jornaleo y una casta de líder a prueba de bombas desembocó en un laurel a precio de oro: Mejor Jugador Europeo del año, por delante de leyendas como Kikanovic, Marzorati, Delibasic, Riva, Sabonis y demás bastiones de la época. Coleccionista de títulos domésticos y propenso al casi en tierra extraña, el hijo predilecto del Palau se pasó toda su vida deportiva a escasos milímetros de la Copa de Europa y a miles de quilómetros de la NBA.

Gasol le saca un palmo a Epi en todos los aspectos, Ricky le supera en fantasía y precocidad, Navarro le mejora en anotación pero no en liderazgo, y tanto Rudy como Marc o Calderón están en proyección de llegar a más pese a tener mucho menos.

SuperEpi habría pagado por tener las condiciones de unos y, sobretodo, los condicionantes de los otros pero siempre le quedará un gran motivo para el orgullo: sin el Súper hoy no habría Gasoil.