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El babero de Sevilla

Cuatro años después de la pesadilla de Mónaco el Sevilla volvió el sábado a ejercer de despertador del Barça. Absorto en el dulce sueño post-París el grupo de Ronnie&Rijkaard lo paró y siguió durmiendo. Para comprobar cuan pegado está el de Messi&Guardiola a las sábanas de la gloria deberemos esperar al partido del Camp Nou y, se supone, a la vuelta de los ocho campeones del Mundo que delegaron en juveniles, suplentes y titulares por encima de su peso ideal la suerte de la ida de la Supercopa.

De todos ellos apenas la San Siro Connection de Maxwell&Ibra estuvo cerca de las expectativas, y sólo el empaque de Jonathan Dos Santos las superó. El resto o bien evidenciaron deficiente estado físico o bien un nivel insuficiente para convertirse en real alternativa a los ausentes. Messi y Abidal (los fallones de las dos áreas) lideraron las dudas de los del sobrepeso; Jonathan y Thiago fueron la cara y la cruz del segundo grupo, los la quinta del babero: fabulosos futbolistas que provocan la ternura y admiración de todos por sus primeras gracias y piruetas, pero a los que todavía les tienen que ir quitando las babas y los mocos.

Jonathan aparte, la quinta del babero ofreció anoche más babas y mocos que gracias y piruetas. Cierto es que el equipo no perdió por ello, que el peso de la derrota debe recaer en los mayores como acostumbra a recaer la gloria en la victoria, y que -lejos del tribunerismo del Camp Nou- al neófito se le realzan los méritos y disculpan los borrones, pero no advertirlos seria tan de necios como pretender que no existiesen.

Ahí están las imprecisiones de Romeu, las erráticas decisiones de Sergi Gómez, la puntual insolvencia de Miño o la supina irrelevancia de Thiago Alcántara, la maravilla hispano-brasileña al que la ansiedad por sentirse superado por Dos Santos en la rotación de Pep le sitúa muy por debajo de su leyenda, le hace parecer peor de lo que es. Tanto es así que desde que empezó la pretemporada el mayor talento del vivero culé ha pasado de empequeñecer lo mejor de Deco a engrandecer lo peor de De la Peña.

Nada grave, por supuesto, ni mucho menos irreparable. Basta con que el hijo de Mazinho se fije en lo que hace el de Zizinho para cautivar a su míster: máxina implicación, mínimo riesgo. En el ideario de Pep regalar el balón es un crimen, y Thiago lo arriesga en exceso. La medular culé no requiere funambulistas sinó escapistas, porque en esa zona el balón se esconde, nunca se deja rodar en el alambre.

El día que Busquets lo entendió así Touré empezó a buscarse equipo.