El problema del Barça está en casa, donde su competitividad se torna conformismo y donde se formaron en el negocio los que ahora vuelve para saquear desde el banquillo. Reconoció el Boquerón Esteban tras el pillaje del Hércules que la clave de asaltar el Camp Nou fue haber jugado tantos años allí.
También conoce la casa al dedillo Michael Laudrup, que volvió anoche a arrancar el segundo empate en dos visitas como técnico, o el ayer comentarista olvidadizo Víctor Muñoz, quien a su vez propuso tablas el año del sextete. Como en casa en ningún sitio, piensan los que vuelven y lamentan los que están.
No en vano el Barça ha palmado con el Hércules, empatado con el Mallorca y pedido la hora frente al Sporting, que no suman ni un Teresa Herrera entre los tres, ha concedido ya tres goles y apenas ha marcado ha marcado un par. Sardinero, Manzanares y San Mamés, en cambio, dan fe de que la voracidad ante los retos de este equipo no ha menguado al nivel que indica el Camp Nou. Me lo expliquen.
Lo podría explicar el estado del césped, pero también a él se enfrentaron (o aliaron) los rivales. No cuela. Lo podrían argumentar las bajas de los bajos, pues si Villa y Xavi (más los creciditos Busi y Puyol) pueden dejar coja a la roja también deberían lastimar a su semilla cuando no están. Algo de eso hay, pero no justifica apuros frente al Mallorca.
Sí podrían aportar luz al apagón del segundo tiempo Mascherano, Keita e Iniesta, que ya se juntaron en la media contra el Hércules. Esto ya cuela más, pero no sirve como única coartada cuando los demás jerárquicos en campo (Piqué, Messi, Alves, Abidal) se inhiben ante las dificultades, los suplentes habituales (Milito, Bojan) palman sus primarias y la nueva hornada (Thiago, Nolito, Jeffren) evoca a las madalenas recién salidas del horno: exquisitas, pero insuficientes para la dieta diaria.