En pleno despegue del Dream Team le pidieron a Cruyff que escogiese es mejor once de todos los tiempos. Entre Beckembauers, Pelés, Maradonas y compañía el creador de lo que hoy disfrutamos otorgó la manija de aquel fabuloso equipo a un joven, casi niño, de Santpedor. De nombre Pep Guardiola, recién aterrizado en el terreno de los escogidos. Inmediatamente le preguntaron al Flaco si realmente creía que ese chico tan joven y endeble era el mejor centrocampista de la historia y uno de los once mejores de siempre, y el genio holandés contestó que su equipo no funcionaría sin Guardiola, que para jugar a lo que él proponía Pep era imprescindible. Nadie como él.
Dos décadas después es más que posible que a Guardiola le pase como a su maestro, y haya visto en Pedro lo que Cruyff vio en él. Podrán haber pasado mejores piezas por las bandas de ataque del Camp Nou, no os diré que no, pero en este equipo Pedro siempre les quitaría el puesto. Se llamaran Basora, Rexach, Carrasco, Stoichkov, Figo, Overmars o Henry, con Guardiola siempre jugaría Pedro, un sigiloso chaval que está en el sitio correcto en el momento adecuado. Cada día, además. El pasado domingo, sin ir más lejos, se disfrazó de Messi para salvar las fiestas.
Como Abidal, que dio la clasificación la noche de los Reyes de Copas con su primero gol como culé, y tercero como profesional. Todos, curiosamente, conseguidos en partidos coperos. Ni Barça (25 copas en toda su historia), ni Athletic Club (23), ni Ronaldinho (24 en una noche); el miércoles el único Rey de Copas fue el lateral francés. Otro que está, como Valdés, Busquets, Puyol, Pedro y Villa, a medio camino entre el grupo de los mejores del mundo para el Barça y los mejores del mundo para el mundo. El club de Messi, Xavi, Iniesta, Alves y Piqué, para que nos entendamos.
A ver sino. Por mucho que Buffon y Casillas se disputen los premios individuales pocos culés cambiarían a Valdés en un equipo donde debes aparecer una vez cada tres partidos para salvar igual número de puntos. Gareth Bale es la sensación del momento en el lateral de Abidal, sí, pero Cruyff ya se la pegó con un jugador que para brillar necesitaba una banda entera cuando les guindó al Español el Nano Soler. Busi ha echado a Touré y sentado a Mascherano, casualmente los dos medio-centros que le podían discutir la jerarquía mundial de la demarcación. Puyol es el contrapunto físico, técnico y estético de sus compañeros, de Pedro está todo dicho y Villa parace haberse tragado en un verano todos los partidos de la temporada del triplete.
No en vano es en la idoneidad de sus piezas donde encontramos el secreto del equipo de Guardiola. Tan grande y provechosa ha sido la mejora de alguna de estas piezas en el engranaje que se ha llegado a la sublimación del modelo después de, por ejemplo, cambiar contra la opinión popular tres veneradas perlas de color, claves en el set futbolístico más humillante que haya sufrido el Bernabeu, por tres discretos y livianos especialistas patrios. El Mundial de Sudáfrica con una réplica del equipo y las cinco botifarres en las narices de Mourinho certifican que, a veces, se puede mejorar la perfección.
Eso sí, no es demasiado común. Tan poco como este equipo, irrepetible a todas luces. Ni ha habido otro igual antes ni, probablemente, lo habrá después. Lo mejor que pueden hacer los culés es disfrutar del espectáculo y, en aras de que todo siga igual, no tocar nada relevante y confiar en el secreto de la idoneidad. Sobretodo la del banquillo.