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Crónica

El precio de la persistencia

BARÇA 2 – ATHLETIC DE BILBAO 1

Amenazó niebla emocional entre la culerada en las horas previas del partido: los pinchazos previos en Gijón y Londres y las inevitables dudas generadas, un rival perro al que no se pudo ganar en los dos partidos en el reciente enfrentamiento directo en la Copa del Rey, y la misteriosa lesión de Valdés que daba plaza al imprevisible Pinto bajo palos. Niebla y algo más como protagonistas ambientales del encuentro que Villa, a los 3 minutos de juego, se encargó de disipar entre los feligreses más sensibles del barcelonismo, en un acción fulgurante que el villarato imperante se encargará de señalar como ilegal por fuera de juego de Dani Alves en la recepción del pase de Xavi. El partido pareció sentenciado, trámite según las previsiones más optimistas, pero no fue así. Con un Athletic en la trinchera cumpliendo el patrón defensivo que tan bien le funcionó en Copa del Rey y un Barça novedoso y flexible en su disposición táctica, ejerciendo Busquets a veces de central, a veces de lateral izquierdo, en fase defensiva, y de centrocampista en fase ofensiva, cerrando la defensa Piqué y Abidal en un atrevimiento que haría temblar al mismísimo Cruyff, los chicos de Pep  abusaron de la posesión del balón y el control del partido, aunque fueron incapaces de reflejar tanto dominio dando mayor holgura en el marcador. Villa pudo hacerlo, pero su sutil remate en vaselina a los 26 minutos dio en el larguero que tanto añoraba. Entre tanto tikitakismo estéril – y un posible penalti tangado a Messi a los 13 minutos de juego – el Athletic no olvidó de dar sus habituales zarpazos gracias a un Llorente dominador en área blaugrana: suyo fue un centro que Susaeta remató cercano al poste y suyo un cabezazo envenenado que Pinto sacó con acierto y estética imperial. Fue el Barça en la primera mitad un equipo tranquilo y serio pero con poca determinación en ataque, al que el vestido táctico, aunque bien intencionado, no pareció sentarle del todo bien, que no renunció a incrementar el marcador pero que tampoco sufrió para aguantarlo. Sin ser un Barça especialmente brillante, el partido pintaba – a secas – bien.

Y la cosa no tenía por qué cambiar en la segunda mitad si no fuera por la entrada del paparra Toquero y la falta de entendimiento entre Abidal y Busquets que originó el penalti de éste a Llorente y que Iraola, a pesar de las artimañas de Pinto, transformó en el minuto 50. Este fue el punto de inflexión que espoleó a los blaugrana a cambiar a mejor. Guardiola normalizó tácticamente al equipo dando entrada a Maxwell y situando a Busquets en el mediocentro. El Barça incrementó las revoluciones de su fútbol y se volcó al ataque en arreones de orgullo y determinación encomiables, basando su rauxa más en estampidas épicas y emocionales que no en la efectividad letal de su fútbol más paciente y elaborado. Sobró algo de ansia pero lo compensó con dosis ingentes de entusiasmo y compromiso. En esta fase de partido, Messi e Iniesta asumieron la responsabilidad y fueron los guías de la victoria final gracias al despliegue infinito de su talento y poder de determinación. En especial Messi, que volvió a ser el gigante que lo destroza todo y que a medida que agarraba la pelota y gambeteaba a placer, confiado y feliz en los estragos que perpetraba a la defensa bilbaína, dejaba atrás su inoperancia fantasista de los últimos partidos. La jugada máxima que denotó de nuevo su esplendor, un slalom colosal que acabó con un derribo de Javi Martínez dentro del área en un penalti catedralicio como San Mamés que el árbitro, incomprensiblemente, no pitó. Y a todo esto, peligro, y más peligro culé. El premio tardó en llegar pero cayó, como no podía ser de otra forma tal como transcurría el partido: como en el primer gol, de nuevo Xavi en la media hacia Alves y éste – un auténtico puñal en banda que ayer justificó el porqué de su necesaria renovación – al primer palo hacia Messi, que remató a bocajarro. No hicieron falta más goles, aunque pudo caer alguno más para ajustar un marcador más acorde a la realidad. Mejor así: el triunfo ajustado dio más mérito al desempeño culé, en un ejercicio agonístico no exento de merecimiento futbolístico que fortalece. Un premio merecido a la persistencia e insistencia orgullosa del Barça, que supo sufrir para ganar y que arma con un plus de valor y autoridad los tres puntos conseguidos ayer en el Estadi. Irreprochable victoria y encomiable y emocionante actitud final.

Victoria vital y vuelta a la normalidad de los 5 puntos respecto al Madrid cuando éstos – el club blanco y su caverna – se las pintaban felices, tanto en la previa como durante el partido, en su artificial ascenso imparable hacia el título. Del aliento a la nuca al puñetazo en todo los morros. La vida continúa igual.