La opulencia de otra época con que la Academia de TV agasajó a los bipartidistas candidatos de la austeridad nos evocó el 7 de Noviembre los lujos que envuelven a Barça y Madrid en la llamada Liga de mierda. No sólo fue el envoltorio lo que entrelazó a los grandes partidos con los mejores equipos, también los roles en que les han enfangado las circunstancias de los últimos años.
Un Rubalcaba con todo en contra por haber tocado pelo en mala hora ofició el papel de Mourinho y no paró de menear el árbol. A ver qué caía. Apenas cayó nada, algunos quiebros y un par de inshidiash aparte. El Mariano con viento y encuestas a favor ni debía ni quería entrar en guerras y propuestas. Los sondeos le tenían reservado el papel de Guardiola. Contemporizar, esperar y confiar.
Mourinho lo atiza todo con tal de voltear las encuestas, de variar el estado natural de las cosas, justo lo que busca mantener Pep a toda costa con un discurso de no agresión que lleva hasta las últimas consecuencias. Se trata no sólo de reforzar la confianza de sus jugadores convencidos sino también de ganarse a los permeables o indecisos del entorno cercano. Que alguno siempre hay.
En la otra acera, Mou tilda de hipócrita a la prensa amiga, de pueril a su propia afición, suelta inshidiash sobre la UEFA, denigra a los colegiados, señala a sus jugadores, ofende a los rivales y hasta mete el dedo en el ojo a los colegas. Todo con el único fin de desalojar al favorito a toda costa. Nada nuevo para alguien acostumbrado a poner nervioso al de arriba, para alguien que ya tiró de why mucho antes que de purqué.
Mourinho aseguró a finales del curso pasado que le daría vergüenza ganar las dos Champions que ha ganado Pep, y trató de ladrones a los culés a poco de inicar el corriente. Guardiola, que ya felicitó al Madrid sin tapujos tras caer en la final de Copa, acaba de reconocer en rueda de prensa que si el Madrid le saca tres puntos al Barça es porque están siendo mejores.
Los mensajes se asemejan mucho más de lo que puede parecer en primera instancia, pues cada uno refuerza su posición según las circunstancias que confluyen. Otra cosa es el estilo o la deportividad que pueda emanar de la idiosincracia personal de quien los emite. Ahí el listo lo fía todo a la batalla diaria y a las inmediatas consecuencias que de ella se derivan.
El inteligente, en cambio, acostumbra a ir un poco más allá, y con caramelitos a los colegas y elogios a los rivales va creando los resortes para que todo siga igual en una competición trufada de campos en los que a él -y a los que había antes que él- recibían de uñas y ahora a los suyos acogen entre aplausos.
Y cuando distingo entre el listo y el inteligente no estoy pensando en ninguno de los dos merengues del cara a cara, ni en el culé que puso el Campo, sino en dos prodigios en los que descansa la política de comunicación del mayor bipartidismo que vio el fútbol europeo desde las quintas de Beckembauer y Cruyff en los setenta.
Y dejémonos de inshidiash.