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Yoyalodije

La importancia de tener bigote

No era más que una sombra intuida, una vulgar carrera de hormigas en el labio superior de Francesc, sudoroso y manchado de chocolate, cuando empezó a albergar delirios de grandeza, la Idea, se decía Mostachín, la Gran Idea. Pero su portador, un muchachuelo de 13 años recién cumplidos no albergaba la menor idea sobre el futuro que tenían reservado para él.

En la Almacelles ilerdense, a las 6 am de un día de diciembre hacía una rasca del carajo, es mismo día de diciembre en el que Mostachín decidió pronunciarse:

¡Hey! ¡Hey tú!
¿Quién yo? – respondió con su voz agallada el amigo Francesc.
Sí copón, tú, Fransés.
¿Quién habla, oi?
Abajo.
¿Eres un duende?
¡No!
¿Mi pene, mi estómago?
Que no wey, que soy tu mostacho.
¡Cómo? – No pudo ocultar su sorpresa Fran, y de la emoción se le escapó un pedo.
No chingues puto marrano, esto es guerra biológica o qué mamón.
¿Estoy hablando con mi bigote? ¿Mi bigote es mexicano?
Sí puto, soy un puto nieto de un pinche pendejo del bigote de Emiliano Zapata, no me seas joto y escúchame wey que te traigo un mensaje bien chingón.

Tú vas a ser un jodido jugador de futbol mamón, de la primera división.

Pero, si ni siquiera sé jugar al fútbol.
No más mamadas, ni pendejadas, pinche puto, si yo digo que vas a ser jugador de futbol es que lo vas a ser y punto pelota.

Pues no le quedó más remedio a Francesc que federarse y empezar a jugar en el equipo de su pueblo. Más malo que comida de enfermo, el infante intentaba desarrollar su juego donde buenamente podía, al final, y como a todo niño que le pega con la uña lo pusieron a jugar de lateral, de lateral derecho para más escarnio, y podía pasarse tranquilamente todo el partido sube y baja la banda, corre arriba y corre abajo sin tocar un mísero balón… cuando su entrenador recibió una llamada. No salía de su asombro, le pedían al lateral derecho, para hacer una prueba con el Barça. Y así fue como Francesc y Mostachín partieron rumbo a Barna, ambos con 15 años y la maleta cargada de ilusiones. Aunque nadie descubrió jamás que el jugador llegó a Barcelona de la mano, o mejor dicho, del pelo del bigote de Migueli, que por aquel entonces era todavía un influyente barcelonista.

Ya se hicieron grandes, ni modo, ya cumplieron veinte añitos cuando empezaron a jugar en el Barcelona B, Francesc seguía siendo igual de “normalito” con el balón en los pies, y Mostachón ya no se hacía llamar Mostachín, aunque no había ganado mucho cuerpo, no tenía ni de lejos la corpulencia del bigote de Nietzsche, ni la elegancia del bigote de Errol Flynn, ni la mala leche del abuelo bigote de Zapata o la gracia del bigote de Chaplin, ni tan siquiera la gracilidad del Daliniano subrayado de nariz, pero… eran tiempos de carestía, la liga española, el fútbol mundial, la televisión y el cine andaban tan desbigotados que cualquier aglutinación de vello subnarigal parecía buena.

El bueno de Francesc debutó en el B llegando a jugar sus buenos 30 partidos en segunda división, fue entonces cuando Mostachón decidió que había que ganarse las lentejas afuera del nido, para poder regresar más fuerte y triunfal a la capital del fútbol mundial. La decisión que tomó fue recalar en Osasuna, siendo el protegido del clan polaco, que echaban a faltar los bigotacos de su país de origen, donde todavía no habían sucumbido a la horrorosa barbilampiñidad. Al año siguiente de su debut en primera, el gran bigote polaco de Ziober desembarcó en Pamplona. A Francesc no le caía muy bien, pero sus bigotes sí mantenían una relación fraterna más allá de las barreras idiomáticas, adoraban mancharse con espuma de cerveza e ir de pilinguis a entrecruzarse con el vello púbico… pero todo esto por orden y mandato de Mostachón, Francesc no quería y a punto estuvieron de romper relaciones si no llega a suceder lo imposible. Johan Cruyff les llamó una tarde de abril, Francesc jugaría por fin en el mejor equipo del mundo.

Otomáticamente tu bigote sube por banda y… en realidad no salió demasiado del banquillo. Mostachón sufrió las consecuencias de la suplencia, intentaba darse a la bebida ante las protestas de Francesc que siempre apartaba la botella de tequila de su boca… una temporada duró el sueño, se llegó a la cima y se cayó al abismo… al año siguiente tuvieron que marchar a Sevilla, un nuevo destierro, no había muchas esperanzas de volver, aunque ahora Francesc intentaba darle ánimos a su bigote, hasta que Mostachón vio entrar por la puerta del vestuario el bien torneado, hermoso bigote de Kowalczyk y Francesc dijo: ¡Basta! No estaba dispuesto a pasar otra temporada como la segunda en Pamplona, no volvería a ser marioneta de un bigote borrachuzo y putero, además de mexicano, era intolerable. Y a final de temporada.


Ya estoy harto, ¿me escuchas?
¿Harto de qué wey?- respondió con desidia y evidente resaca Mostachón.
Pues de que corras a emborracharte después de los entrenamientos, de que me obligues a salir de putas con tu compadre el polaco, y encima la semana pasada se vino Ziober y nos dieron las 7 de la mañana en el puticlub, yo estoy casado, y cansado, ya no quiero esta vida, yo nunca quise venir por este camino.
¡¡No mames weyyyy!! Ahora resulta que el putito no quería ser jugador del Barcelona, no quería triunfar en primera…
NO, puñetas ¡NO! Si ni siquiera me gusta el fútbol.
Pues por el puto pelo del bigote de mi abuelo Pancho Villa que…
¿No eras nieto del bigote de Zapata?
Yo soy nieto de quien se me da la regalada gana, pinche puto maricón
Pues se acabó, ahora mismo traigo la gillette y adiós bigote.
No.

Demasiado tarde, el amigo Francesc actuó a conciencia y se arrancó el bigote. Después fichó por el Racing de Santander, jugó unas cuantas temporadas, ya no salió más de juerga. Y aunque tampoco mejoró ostensiblemente su rendimiento, sí fue feliz.

De mostachón poco se sabe, parece que Kowalczyk también abandonó a su bigote y la pasaron cerrando bares dos o tres años según cuenta el historiador Scotty Xanadú. Últimamente vigilantes del Camp Nou afirman haber visto un bigote, muy desmejorado, como alma en pena merodeando por los alrededores del estadio en compañía de dos mullets y unas patillas currojimenezcas, mientras canta aquella de: “…pero sigo siendo el rey”

Pd.: Este es un relato de ficción, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Pd2: Ningún bigote fue dañado durante la escritura de este post.