De las eliminatorias previas a la primera Final de Wembley siempre se recordará como milagroso el gol de Bakero en Kaiserslauten, aquel imponente cabezazo que obró el milagro en el minuto 88 . Y, si le preguntan a algún despistado, recordará aquel como el gol que nos llevó a la Finalísima contra la Sampdoria. Craso error, aquellos fueron tan solo los octavos de final que daban acceso a la liguilla de cuartos de Final y que, a su vez, daba paso a la final de Londres. Sí, un lío del demonio, de hecho no se volvió a repetir el sistema.
Pues bien, de aquella Liguilla de cuartos solo se clasificaba el primero y los otros equipos del grupo eran el Dinamo de Kiev, el Sparta de Praga y el Benfica de Lisboa. El Barça hizo una buena liguilla pues ganó todos los partidos en casa y ganó en Kiev, aunque en Lisboa no pasó del empate perdiendo finalmente en Praga. En el otro grupo estaban la Sampdoria, el Estrella Roja, vigente campeón de la competición, el Anderlecht y el Panathinaikos griego.
Así, el partido final de la liguilla contra el Benfica de Sven Goran Eriksson era decisivo y había que ganar necesariamente para garantizarse la ansiada final. El encuentro se disputó el 15 de abril de 1992, el ambiente fue increíble con 100.000 culés apretando (?). Los de Cruyff salieron como un vendaval y en el minuto 12 el gran Hristo aprovechaba un error del lateral derecho, Rui Bento, y fusilaba a Neno, un exótico portero de las colonias. Pocos minutos después, otra vez el eléctrico búlgaro se escapaba por su banda para darle una asistencia (entonces se llamaba “pase de la muerte”) a Jose Mari Bakero quien la volvía a romper. Wembley estaba a tocar, el mito comenzaba a hacerse realidad.
Pero en aquellos tiempos el “patiment” era intrínseco al barcelonismo y vino el gol de los lisboetas a través de César Brito. El Benfica pudo empatar a través de Rui Costa en la segunda parte pero Zubi estuvo inspirado aquella noche y pudo salvar los muebles. Por fin, tras muchos minutos de angustia, llegó el momento en el que el austriaco Forstinger pitaba el final y Bakero se arrodillaba en el centro del campo. De nuevo, tras la amarga experiencia de Sevilla 6 años antes, se llegaba a una Final de la Copa de Europa, esta vez no se podía escapar. Quedaba lo más difícil, pero eso es otra historia.
Otro gran recuerdo europeo con el Benfica de protagonista es más cercano, con Rijkaard en 2006, en la eliminatoria de cuartos de Final en la que el Barça de Ronaldinho y Eto’o empató a cero en Lisboa y liquidó la eliminatoria en el Camp Nou con goles de los dos cracks marcando el 2-0 definitivo el camerunés en el último minuto de partido. Otra vez estábamos en la final, de nuevo tras la debacle de Atenas, pero esta vez tocaba quitarse la espina en la ciudad de la luz.Vive Belletti.
A partir de la maldita final “dels postes” en Berna contra el Benfica de Eusebio y entrenada por Béla Guttmann, los portugueses nos han dado suerte en el camino quizás beneficiados indirectamente por la maldición del entrenador húngaro quien, tras ser cesado injustamente en su cargo de entrenador del club lisboeta tras ganar dos Copas de Europa consecutivas(la segunda contra el maligno), soltó aquella mítica frase: ” Sin mí, el Benfica no volverá a ganar la Copa de Europa”. De momento, el Benfica ha jugado y perdido seis finales continentales mientras Guttmann sigue riéndose desde su tumba, ojalá nos vuelva a dar suerte en nuestro camino a Wembley 2013.