«Los datos de los que me he visto rodeado me invitan a pensar que Sandro, en una tarde plomiza en la que se fue la luz, y aburrido de su exigente y superficial curro, planeó un viaje al interior del Brasil, atravesando el corazón de la cuenca amazónica para llegar a Manaos y ver qué posibilidades habría allí de montar un cámping, un club social, un olivar y una piscifactoría de anchoas. En su lecho de muerte, su abuelo le había confesado el secreto del futuro éxito empresarial: “Sandruscu, el futuro está en los cámpings y en las aceitunas rellenas de anchoa. Siempre tienen su público. Busca amparo en la Gent Normal…. aghg, me muero…”».
«Sandro identificaba Brasil con ese país tropical e inexplorado con el que soñaba en la infancia mientras veía pelis de Tarzán y repasaba su colección de cromos de aventuras. Y esa tarde tonta y gris de saudade y aspirinas con cocacola se juntó todo: la responsabilidad inculcada por el abuelo, el rigor aprendido en ESADE y la creatividad que venía de serie. Sintió el Arrebato y supo que su destino estaba en la explotación mercadotécnica de marcas deportivas en el Tercer Mundo, por ejemplo, en el corazón del Amazonas. Lo decidió en un momento, remontaría el Gran Río desde su desembocadura y . Pero antes tendría que demostrarle al espíritu de su venerable abuelo que era capaz de labrase una plataforma sólida siguiendo las viejas pautas que tan sabiamente le legó».
«Cuando sus toiss le veían preparar la expedición con tanta minuciosidad y quijotismo, todos se reían, le decían que estaba como un cencerro y que se iba a comer un mojón, pero él siempre confió en su chispa interior. Utilizó su legendaria capacidad de negociación para comprar tres barcos de vapor de 15 metros de eslora por un dólar cada uno y cien esclavos por un dólar los cien —en un pack con tres guías indios semiasimilados de regalo— y se adentró en la selva al frente de una expedición que transportaba aguas arriba una docena de grupos electrógenos, media de bungalows prefabricados, un par de miles de olivos buenos de las cepas del abuelo, toneladas y toneladas de tierra de las fincas familiares y tres gigantescos tanques de agua de mar repletos de anchoas del Cantábrico. Cuando llevaban dos días de viaje, Sandro se acordó de que se había olvidado en el bungalow que compró por un dólar allá en Peixoto el mapa secreto del Amazonas que le había ganado al dominó a un viejo pirata. Allí era tan querido que adoptó el nombre del poblado como apodo. Dentro de su alma sentía que los miles de kilómetros de desvío merecerían la pena. En un golpe de genio, decidió que las tres chalupas le acompañaran campo a través hasta Peixoto para recoger el mapa».
Y doce capítulos después llegan a Peixoto los útimos tres miembros supervivientes de la expedición original, liderados por Sandro, pero el pueblo está desierto. Sandro se acomoda en el Ayuntamiento y celebra un pleno consigo mismo para decidir el plan de acción. Está muy agitado, bate el aire a diestra y siniestra con un matamoscas de plástico. En un grácil movimiento en falso, golpea un libraco de la estantería que, al caer se desencuaderna y provoca una lluvia de páginas. Sandro, azorado, pero más radiante que Saza vestido de guardia urbano, coge una al azar y, quiéranlo o no, ahí está lo que buscaba. Difícil calificarlo, ¿madera de Presi? El mensaje estaba escrito en una lengua prerrománica manchega en un trozo de papel de envolver pescado, pero eso no le impidió descifrarlo. La lectura de ese papel le produjo el subidón más intenso que había sentido nunca. Se dio cuenta inmediatamente de que, si quería dar sentido a su vida, debía encaminarse a Santa Teresinha, allí estaba el Alpe d’Huez de su viaje iniciático. Lo del Amazonas había sido una mera distracción, ruido, paja, maya. En Santa Teresinha le aguardaba su verdadero destino…
«No se pierdan el relato de investigación má escalofriante del siglo. O sí se lo pierdan, yo qué sé». Yon Gaphas, The Good Niu York Reader, vol LXVIII.
«Si les soy sincero, he llorado, he reído, me he estremecido, me he tirado de los pelos, he hecho croquetas y me ha salido un flemón…, ¡qué más quieren!». Growaldus de Brüneric, Books to Kill Yourself For, Spring 2013
[Experimento de teclorragia bajo privación de sueño extrema #237 completado. El sujeto sigue vivo (!) Buenas noches o lo que sea].