De entre las muchas gilipolleces y mentiras que dijo Rosell el lunes, la peor sin duda de todas fue soltar que Cruyff no estaba capacitado para dirigir el Barça porque “és holandès” (!). Qué el propio president lo diga fue como dar una patada en la historia de un club universal e integrador desde el mismo instante de su fundación por parte de suizos, alemanes, ingleses y escoceses, protestantes y calvinistas como el propio Johan, por cierto.
Precisamente, si algo debería ser motivo de grandeza y orgullo para el basalunisme (y así es como lo siento) es que, pese a ser fundado por extranjeros, muchos de paso por motivos laborales, el Barça alcanzase en muy pocos años la condición de equipo representativo de Catalunya y de las clases populares de Barcelona, pese a tener enfrente un Apanyó formado íntegramente por catalanes.
Pero tampoco sorprenden estas palabras cuando su Junta tiene como lema susial “hay demasiados socios de demasiados sitios”, idealizan al soci culer como un yayu de Les Corts, te asustan de manera infantil con los “siberianus” y se felicitan porque el Barça vuelve a tener como presidente a un “Señor de Barcelona”. Son como una mala copia, pero en negativo, del Barça 2003-2010 ambicioso, global y desacomplejado: estrechos de miras, localistas y restrictivos.