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Yoyalodije

Luis Suárez

En este tema, como en tantos otros, no lo acabo de tener muy claro. Es verdad que al jugador agredido le puede quitar muchos más puntos de vida, energía, stamina, estado de forma, chi, o como quieras llamarlo, un patadón tronkoláriko de esos de “a lo que salga” que, por ejemplo, un bocaíto en el hombro, un tirón de pelos, un buen lapo en pleno rostro, un alfilerazo en la espalda, un pesaje de huevos, una inspección rectal o, incluso, un dedo en el ojo al segundo entrenador (y por la espalda, el muy asqueroso hijodelagr…); pero tampoco hay que obviar que el daño moral también hace mucha pupa (me cago en las muelas del joputa de Setúbal veinte vec…).

Es difícil saber por qué los bocaos despiertan tanto rechazo entre el humano de a pie y hasta qué punto la indignación se debe más a la espectacularidad, el WTFaquismo y el antiestablishmentismo de la situación que al hecho de que el contador de moral del jugador agredido sufra un bajón apreciable. Es decir, ¿Al condenar al ariete transilvano estamos sobreactuando cual burgueses epatados y, sencillamente, “Mordisquitos” Suárez no es más que una víctima de su bravura, su pechonfaierismo, su tremenda creatividad, su pensamiento lateral y su enorme calidad a la hora de fijar el calcio? ¿Y por qué abominamos en concreto de los bocaos? ¿Nos recuerda a nuestra animalidad reprimida? I mean, esto es muncho más profundo, pero qué le voy a hacer.

Aunque, en el fondo, me sigue pareciendo una acción de esas que dices. ¡Cobaaaardeeee, pecadorrr!