Este mundo no va tan sobrado de talento como para permitirse ausencias como la de Cruyff.
Yo no viví su impagable etapa de futbolista, un soplo de modernidad a una España y Catalunya de color sepia. Muchos aún no merecen a Johan, aún siguen acomplejados en su mediocridad y su alergia a la personalidad. ¿Que Cruyff a veces se equivocaba? Faltaría más. Si en cada affaire decides derrochar personalidad es normal que alguna vez te salga rana. Parapetado en el búnker gris del populacho sin identidad se vive mucho más fácil y se es muy buen moralista. Los hay que nunca se equivocan, pero esos jamás han hecho avanzar un mísero milímetro al mundo. Muchos de ellos, eso sí, son periodistas, regentan una botigueta e, incluso, se han sentado en una sesión de junta directiva del Barça. Son los mismos que decían que lo que hacía Picasso lo dibujaba un niño de 5 años, que Beethoven era un histérico, que David Bowie era un payaso, o que Messi debería estar de puntillas intentando agarrar la barra del bus.
Yo sólo viví al Cruyff entrenador, y ésa es la figura clave para que el Barça haya sido pieza fundamental en mi infancia y, en consecuencia, en mi vida. Que Cruyff se vaya nos empobrece a todos, nos roba parte de nuestro ser más puro e infantil. Es un sopapo de realidad, de oscuridad. Vacío, me siento un poco más vacío.
Siempre pensé que Johan acabría reconciliándose con el club. Que la juntuza marcharía y su figura sería reivindicada. Jamás perdonaré que Johan se haya ido como un outsider del oficialismo. Acusado de ser alguien que “siempre quiere tener la razón”, un pelagatos incapaz de pagarse un taxi. Alguien que jamás sería uno de los nuestros como sí lo es, por ejemplo, Rexach.
Sólo espero que el club esté a la altura de las circunstancias de cara al Barça-Madrid, uno de los partidos más especiales que recuerdo. De verdad que deseo que la Junta me sorprenda y me haga sentir orgulloso del club. Y ahora más que nunca, porque me debato entre si soy barcelonista o cruyffista. Conceptos que, a veces, desgraciadamente, parecen contradictorios.
Siento el sentimentalismo, pero cuando muere un ídolo, morimos un poco nosotros mismos.