Podría empezar haciendo un repaso de los grandes logros del 14, del 9, del 74, del 88, del 92, del 0-5, del 5-0, de Tenerife, de Wembley, del triple by-pass, de la gabardina, del chupa-chup…
O podría contarte los momentos personales, esos que todos tenemos, asociados para siempre contigo, como aquel examen final de química, aquella cita mirando de reojo el partido en la tele del bar, aquel viaje de fin de curso, aquella partida de futbolín…
También podría explicarte que sigues siendo parte esencial de nuestras relaciones con la familia y con los amigos. Y que apareces sin falta en cualquier debate con ellos sobre el Barça. O sobre la vida. Como uno más.
Pero lo cierto es que me resulta imposible escibir este post. Y ya ves, Johan, que hasta el acento he perdido intentándolo. Y podría conformarme con decir sí a todo lo ya dicho, escrito, hablado y recordado, que reconocerás que no es poco. En todo el mundo. En todas partes. De corazón, de cumplir el expediente y de pinza en la nariz. Como de costumbre, todos jugando al ritmo que marcas, puñetero.
Pero soy egoísta y quiero decirte algo diferente. Quiero que sepas que llevo algo conmigo que tú plantaste y que no se explica con simples enumeraciones de hechos, de anécdotas o de momentos. El problema que tengo es que las palabras no alcanzan y los gestos no perduran.
Así que aquí estoy, Johan, con el corazón encogido y las lágrimas cayendo por las mejillas mientras aporreo el teclado y te veo sonreír, como siempre, y sonrío a la vez, como siempre. Intentando que entre por la pantalla algo indeterminado, un sentimiento, una sensación, una emoción, un trozo del alma. No pido mucho, un milímetro sólo, un microgramo quizás, la mínima cantidad que vaya y que vuelva para que los que nos quedamos aquí sin ti sepamos que te seguiremos teniendo de algún modo. Y cuando consiga empaquetar y enviar ese mensaje, en el acuse de recibo te pondré que te damos las gracias por cambiarnos, por enseñarnos a mirar con tus ojos y por hacernos felices como lo has sido tú. Porque somos unos pesados y queremos decírtelo otra vez más.
Y, a pesar de la putada que nos has hecho marchándote, soy incapaz de enfadarme contigo, aunque eso me obligue a intentar escribir estas líneas que jamás hubiese querido escribir. Perdóname, querido Johan, porque no sé cómo podría escribir este post.