El Barcelona gana 4-0 con tres goles del argentino y uno de Dembelé. Ante el PSV, Messi recordó su primer discurso como capitán antes del Gamper: “Queremos que la Champions vuelva al Camp Nou”.
Desconozco si en alguna de las diferentes casas de apuestas que hay se puede apostar a acertar el once titular de un equipo. Si es así, la alineación que sacó Valverde se debía pagar 1.001 a 1: Don Honesto se está volviendo más previsible que el final de Titanic. Conviene no obstante ver la botella medio llena: si el once de gala del año pasado solía incluir a una versión menor de Iniesta, a Paulinho y/o a André Gomes, en el de este año ya parece que, salvo lesiones o destitución prematura del técnico, ese once será siempre con Coutinho y Dembelé.
De nuevo cero rotaciones ante un joven PSV que siempre trae buenos recuerdos a la parroquia blaugrana: tanto porque impidió la Copa de Europa de la Quinta del Buitre allá por 1988 como por ser una cantera de leyendas blaugranas: de Koeman a Cocu pasando por Romario y Ronaldo. Afellay tal vez no entre en la categoría legendaria, pero un jugadón en el Bernabéu en una semifinal de Champions para asistir a Messi es una carrera que muchos firmaríamos. Al menos supera a Zenden en el imaginario altar.
Me he desviado mucho. Sin duda es porque el partido volvió a ser más de lo mismo desde que Valverde se sienta en el banquillo: duro cual filete de un euro, que se mastica y se mastica hasta que se te hace una bola en la boca. Proteína que alimenta pero que no se saborea. De nuevo, un ataque continuo por el centro para intentar atravesar una maraña de jugadores. De nuevo, desajustes defensivos y espacios atrás para que el rival corra a la contra. De nuevo posesión abrumadora pero sin creatividad ni profundidad. De nuevo, un Sergi Roberto al que le falta ese extra de gran lateral. Y de nuevo, un equipo en las manos de Messi. Y digo bien, las manos, viendo lo que hizo el genio con el balón en la falta que supuso el 1 a 0. Por suerte para el Barcelona, este PSV solo se parece a su pendenciero entrenador en su gran despliegue físico. A eso le suma un buen trato de balón y velocidad. Y tanta inocencia como poca mala leche.
El golazo de Messi no acabó de asentar el partido y entre el tanque Luuk De Jong (casi 1,90 m y 86 kilos) y el Chucky Lozano, se bastaron para que el tribunero medio culé no acabase de sentirse cómodo en su asiento cuando mediada la segunda parte, olía más a 1-1 que a 2-0. Por suerte para los más de 70.000 aficionados (se temía una mala entrada por el novedoso horario), quien fuera apodado como Steve Urkel ha empezado el año transformado en Stéfano. Ousmane giró, arrancó y chutó a lo Coutinho para que no se atragantase la merienda. Un gol más en una temporada a ritmo de record: ni en sus mejores años en el Rennes ni en el Borussia Dortmund se acercaba a estos registros goleadores a estas alturas de la temporada.
Para redondear el partido, Messi recordó su primer discurso como capitán del Barça antes del Gamper: “Queremos que la Champions vuelva al Camp Nou”. Las asistencias de Rakitic y de Suárez se convirtieron en pases a la red del argentino. Son ya 14 Champions consecutivas marcando, algo que solo consiguió Raúl. Parece evidente que el año que viene, el D10S del fútbol volverá a inscribir su nombre en solitario con otro récord. Si Marvel saca alguna vez un superhéroe basado en Messi, por primera vez el personaje será inferior a la persona. De momento, empieza con paso firme el camino hacia su quinta Champions.