No me gusta dejar temas abiertos. Me rallan. A mi mente le cuesta tramitar aquello a lo que no le da un punto y final. Es como una sensación de incomodidad constante. Como una astilla clavada en mi mente, aunque esto, Torquemada no lo va a pillar.
Por fortuna, me casé con una señora con la insólita capacidad de modificar el universo, y todo lo que hay en él, para doblegarlo a su voluntad. La he visto cambiar el mundo, cual Dr. Manhattan de la vida, una infinidad de veces, y de un millón de formas diferentes. Habitualmente utiliza su poder para apaciguarme y que no le toque las narices. Sin ir más lejos, el otro día hizo que al Madrid le metiera 4 un Ajax de pre-pubers.
El caso es que, si sumamos lo molesto que me resulta dejar temas abiertos, lo molesto que le resulta a mi esposa verme molesto, y su don para alterar la realidad, podemos ver una consecuencia de modificaciones en el continuo espacio-tiempo bastante significativas.
¿Recordáis que yo dejé de ver fútbol entre el 2000 y 2003? Al volver, me pareció fatal como me encontré todo. Los galácticos, Florentino, el Barça de Gaspart… y cuando parecía que íbamos a ganar una Champions en la cara de El Don, en 2006, el muy villano dimitió. Algo quedó en el limbo. De forma que, por lo comentado anteriormente, en universo me otorgó la venganza. Florentino volvió, se gastó tropecientos millones, y palmó contra el Lyon en octavos (ojo ahí, Valverde). Y al año siguiente, apareció Mourinho, que nos había jodido esa Champions, y le metimos el 5-0, le hundimos el proyecto, le tiramos de la Champions y la ganamos en su cara.
Y después vino la décima. Y algo volvió a fallar, era evidente. No podía ser. No tarde mucho en ver cual era el camino que el destino había forjado por orden directa de la hermana de la cuñada. La décima no era otra cosa que el preludio del Segundo Triplete Culé. Todos sabíamos que, antes o después, llegaría la décima, y que mejor forma que, tras ganarla, al año siguiente nosotros lo ganáramos todo. Otra vez.
Y volví a dejar de seguir el fútbol, poco a poco, y eso sirvió para que llegara otra extraña perturbación en la fuerza. La más grande hasta entonces. En mitad de la Era Messi, el Madrid, ganó tres Champions seguidas. La tercera de ellas ya me pilló despierto, y me jodió como pocas cosas. Algo había fallado. No podía ser. Como un entrenador de pacotilla, como Zidane, iba a haber ganado tanto. Y encima, al terminar de ganarlas, se fue. Dejó abierto un capítulo en el Gran Libro de los Agravios. Me dejó la astilla clavada.
Hoy todo cobrará nuevamente sentido. No era posible rectificarlo, ya que Zidane no iba a volver, volvería Mourinho, al que ya habíamos sodomizado las veces necesarias, pero no el francés autista, que se fue con el rabo entre las piernas, pero con el culo intacto (salvo unas cuantos tactos rectales que se llevó en algunos momentos).
Zidane vuelve para perder, y que yo me quede tranquilo. En 19 años que llevo con mi esposa (el 24 de julio serán 20), ni una sola vez, ni una, me ha fallado. Y es demasiado competitiva como para empezar a palmar a estas alturas.
Bienvenido, Zidane. Siéntate, y ponte cómodo.