El Barcelona gana al Atlético (2-0) y Messi se acerca a su décimo títulode Liga
La Liga reducida físicamente a una fracción de tiempo: concretamente el minuto 74:03. En ese instante, un Atlético diezmado desde el minuto 30 por desgracias forzadas y fortuitas recibe una falta cerca del área de Ter Stegen. Le sirve para ganar metros y, dada la inferioridad, algo de oxígeno ante el acoso constante de la ya cuádruple delantera azulgrana que no sabe por dónde atacar el muro rojiblanco.
Un muro más amurallado de lo habitual, porque la inmaculada honestidad y educación de Diego Costa, que tuvo la valentía de confesarle al árbitro que debía haber sido expulsado anteriormente por su agresión a Lenglet, había acabado de convencer a Simeone de echar atrás a su equipo. Al Cholo no le hacen falta muchos argumentos para decidirse a hacerlo, y con dos uruguayos al frente de la defensa siempre es más fácil apretar filas y esperar la oportunidad que, antes o después, llega. Uruguayos y argentinos saben bien cómo amargar con apenas una o dos ocasiones a un equipo que apuesta por el ataque. Maracaná en Río de Janeiro, 1950. Delle Alpi en Turín, 1990. Lugares y fechas marcadas a fuego a ambos lados del Río de La Plata.
Pero sigamos en ese instante de tiempo: Griezmann coloca el balón, mientras de reojo mira hacia atrás, acaso invitando a Oblak a subir al ataque y compensar la inferioridad numérica. El hombre del partido, con sus paradas a tiros de Chutinho, Malcom, Luis Suárez y, sobre todo, de Messi, no acepta la invitación que a buen seguro sembraría el terror en el estadio. Tal vez es demasiado pronto para hacer una subida suicida. O tal vez demasiado tarde para ser valiente.
Griezmann, repudiado durante todo el partido por la grada culé, finalmente cuelga la falta al famoso corazón del área. Y entre una maraña de jugadores, un uruguayo se eleva, el remate es claro, el silencio se adueña del estadio, pero Rodrigo se adelanta, remata y el balón… sale fuera. Junto a esa pelota se va la última oportunidad de que la Liga siga viva.
Ante la posibilidad real de que la siguiente ocasión sí la remate un uruguayo, el Barça cae en la cuenta de que no solo el Atlético dispone de argentinos y uruguayos: si a Luis Suarez le han contado miles de veces aquel gol de Alcides Ghiggia a Brasil, no serán menos de las que Messi vio el de Caniggia. Y ambos no están dispuestos a que se repitan aquellas historias trágicas del equipo que ataca y ataca para finalmente ser derrotado a traición. Primero el charrúa, con un disparo a la escuadra inferior del único hueco de Oblak. Después Messi, parando el tiempo en el área mientras, antes de enviar el balón a su lugar favorito, repasa mentalmente sus dos ligas con Rikjaard, las tres con Guardiola, aquella del malogrado Vilanova, las dos de Luis Enrique o la de la temporada pasada. Para parar el tiempo se necesita, o bien hacer que la gravedad sea infinita, o bien congelar las moléculas al cero absoluto (−273,15 °C) para que dejen de vibrar. Dicen las leyes de la física, que ambas son imposibles. Tal vez lo sea para los humanos, pero no para Messi. El X-Men cierra su Xª Liga. Diez para el ’10’ en 15 años que ahora son un instante.