Como en la frase atribuida (parece que erróneamente) a Fray Luis de León, “decíamos ayer” que Messi tapa el bosque de la ausencia de fútbol del Barça. Pero es que lo decíamos ayer, lo decimos hoy y lo diremos mañana. Ni la pequeña revolución encabezada por Ansu, Junior y Umtiti tras los recientes fiascos azulgrana cambió lo más mínimo. La bajada de media de edad (solo dos jugadores mayores de 30 en el once inicial) tampoco tuvo efectos positivos.
Más bien al contrario: en realidad se veía más trabajo táctico en un Celta con apenas tres entrenamientos bajo el mando de Oscar García. La presión celeste (como cualquier otra presión) volvía a complicar la salida de balón de los de Don Honesto. Solo el hecho de que este año ni Iago Aspas parezca ser capaz de crear peligro de verdad para los vigueses mantenía el marcador a cero. En el área contraria las aproximaciones brillaban por su ausencia. Y el Hombre Gris era el auténtico reflejo del equipo: mutado ya a Hombre Invisible, en la primera parte tocó el balón menos veces que Ter Stegen.
Todo parecía encaminarse hacia un exasperante 0-0 hasta que un pase de la muerte de Junior fue tapado con el codo por Aidoo. Penalti-cercano que Messi transformó tras caminar hacia el balón como quien camina por el pasillo de casa. Recién levantado. En pijama. Analizando lo que había corrido hasta ese momento el D10S del fútbol, era factible que, efectivamente, se acabase de levantar.
Un gol que, acompañado de un reajuste táctico por la lesión de Semedo que libró a los locales de Sergi Tormento en el centro del campo, desestabilizó al Celta. Porque nada había hecho mal para ir perdiendo pero cuando peor pintaba la situación se encontró con el empate: falta dudosa de Leo a quien, en el escorzo, se le cayó parte del polvo mágico que cubre su piel. Olaza agradeció que el césped estuviese manchado por la poción mágica y marcó a lo Messi. Enfadado el argentino porque alguien había usurpado su esencia, pidió lanzar el penalti-lejano que, apenas un minuto después se había cometido sobre Arthur. A la escuadra. Para que el público al menos se tranquilizase con el marcador al descanso. Porque con el fútbol el aficionado culé ya ha perdido toda esperanza.
El Celta no escarmentó y volvió a cometer un nuevo penalti-lejano apenas comenzado el segundo tiempo. A la escuadra otra vez. Parece que, como si fuese Larry Bird o Reggie Miller lanzando tiros libres, la aspiración de Messi es llegar al final de temporada con un porcentaje de acierto superior al 90%. Jugadores como Ficticius se preguntarán cómo es posible marcar tres goles con solo tres disparos a puerta.
El 3-1 dejaba casi toda una segunda parte para ver la cara A de Dembelé, a quien solo parece motivarle ver en su puesto a alguien menor que él: una sensación parecida a cuando tu primo menor te pinta la cara jugando a la Play Station. También para confirmar que Ter Stegen siempre está de guardia, cortando de raíz una posible reacción céltica en las ocasiones de Pape Cheikh y Sisto. O para ver una rara avis: Busquets marcando desde fuera del área. Baja la media de edad del equipo pero los goles los vuelven a marcar los veteranos. En resumen, una segunda parte prescindible. Casi tanto como la primera.
Y todo porque el de siempre había vuelto a dejar un partido sentenciado. Porque ya no se conforma con ser el mejor jugador del mundo. También es el mejor goleador (ya es casi Pichichi tras dos meses de enfermería). Y es el mejor asistente. Ahora también es el mejor lanzador de faltas. Dijo Guardiola que si quisiera ponerle de central, sería uno de los mejores, por su inteligencia. Ya solo le falta decidir que quiere ser el mejor portero del mundo. Si se lo propone, que tiemble Ter Stegen.