Es difícil explicar la marginación que ha sufrido Rakitic hasta el momento. Dembelé, entretanto, ya ha escalado hasta la segunda posición entre los fichajes más fraudulentos de la historia del Barça.
No se llevaba ni un minuto de partido cuando el Borussia de Dortmund tenía la primera clara ocasión del partido. Ese posible gol Schulz, combinado con el primer gol del Inter en Praga, hubiera llevado a una nueva dimensión a la palabra nerviosismo.
Pero esa ocasión, además de espabilar a los azulgrana, transmitió una confianza excesiva a los de Lucien Favre: que parecían haber aterrizado ayer en el planeta Tierra. Se empeñaron en dejar una y otra vez recibir y girarse al, tal vez desconocido para ellos, Messi. Total, solo jugaba su partido número 700 con el Barça. Una táctica poco menos que suicida que aprovechó el argentino para restablecer su conexión letal con Luis Suárez. Su primera asistencia al uruguayo terminó en la red pero fue anulada por fuera de juego. Ajustó el argentino la mirilla y repitió asistencia milimétrica para que esta vez el gol sí subiera al marcador. Cinco minutos después, intercambio de papeles por el río de La Plata y el genio rosarino encarrilaba el partido.
Media hora que casi sentenciaba el partido y que servía además para confirmar que Umtiti es aún aprovechable, que es difícil explicar la marginación que ha sufrido Rakitic hasta el momento y, sobre todo, que Dembelé ya ha escalado hasta la segunda posición entre los fichajes más fraudulentos de la historia del Barça. En dos temporadas y lo que va de esta, ya acumula ocho lesiones y casi un año sin jugar sumando los días de baja. Las casualidades no existen. La inversión de la cláusula de Neymar en Chutinho y este francés de cristal ya puede calificarse de gaspartiana: poco tiene que envidiar a gastarse los millones de Figo en traer a Overmars y Petit.
El Hombre Gris, suplente por primera vez, sustituyó a su compatriota. Dada la cercanía de la Navidad tuvo la suerte de encontrarse con los numerosos regalos que Messi se empeñó en repartir. Desaprovechó el primero, tirando al muñeco, pero acertó a la segunda, poniendo fin a casi un mes de sequía. Su celebración, más propia de un 1-0 que de un 3-0, tenía mucha lectura obligada entre líneas.
Con 20 minutos por delante, se dio por cerrado el partido y la clasificación para los octavos, sin contar que el Borussia ya había remontado tres goles el domingo pasado. Un incremento en la presión visitante sirvió para demostrar que jugando andando la diferencia entre el Barça y el Paderborn es menos de lo que sus nombres dicen. La diferencia es que mientras el colista alemán tiene a Zingerle bajo palos, el Barça tiene a Ter Stegen. Como en todos los partidos de esta Champions, Der Heilige volvió a lucirse. Poco pudo hacer ante el golazo de Sancho (difícil explicar su suplencia) pero sus paradas posteriores impidieron que los de Dortmund se metieran en el partido. Y en la clasificación: un empate hubiera obligado al Barça a jugársela en San Siro. No habría sido nada raro porque ha habido que llegar casi llegando a diciembre, para ver al Barça lograr su primera victoria convincente en Champions.