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Crónica

Que vuelva la Copa de Europa

Corría el año 1792 y en Frankfurt era coronado el último emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Franz Joseph Karl von Habsburg-Lothringen, conocido en los libros de Historia en español como Francisco II. Este emperador pasó a la historia por ser quien decretó la desaparición de dicho Imperio: Napoleón Bonaparte amenazaba y la mejor solución para evitar que se apropiase del título de Emperador era hacerlo desaparecer. Genio. En diciembre de aquel año (se cumplen ahora 228 años, precisamente) el propio Franz fue coronado como Rey de Hungría y el suburbio sur de la orilla este del Danubio a su paso por Pest, fue nombrado en honor a él: Ferenc (su nombre en versión magiar). Actualmente “La ciudad de Francisco” es el 9º distrito de Budapest.

Se hacía necesaria esta pequeña lección de historia para compensar la ausencia de la misma en el partido que enfrentó al Barça con los representantes de dicho barrio. Si Francisco I resume la historia de ese distrito, otro nombre resume la del partido: Wergiton do Rosario Calmon alias Somalia. Es realmente inadmisible que un equipo que ha contado en su medio del campo con nombres como Kubala o Florian Albert (Balón de Oro en 1967) tenga en esa posición hoy en día a alguien cuya planta y nombre son más propios de un cantante de bossanova. Los jóvenes lectores no creerán que hubo un tiempo en el que Hungría era el referente del fútbol mundial, incluyendo dos subcampeonatos del mundo. Que el vigente campeón de su liga tenga ahora nombres sospechosos de comisión como Choi Nguen o Don Frimpong, solo responde a cuestiones oscuras del fútbol moderno. Sobra la fase de grupos. Entera. No hay 32 equipos de nivel en Europa. No. Urge la vuelta al formato antiguo con eliminatorias directa desde el principio.

El caso es que pese al poco estímulo que suponía el rival y tener la clasificación asegurada, un Barça con bastantes rotaciones (la de Messi convalida por una rotación completa de plantilla) salió muy enchufado. Y con esa actitud no fue extraño que el equipo del extrarradio de Budapest (llamarlo húngaro resulta casi un eufemismo) fuese un juguete en manos de la delantera azulgrana. Muchos gritos reivindicativos. El primero, el del Hombre Gris, tras su golazo de tacón. El excelso detalle de calidad no justifica aún sus deleznables celebraciones. Tres partidos consecutivos marcando, para quien ya era considerado un despojo futbolístico, no parece ser una mala marca. Pero para poner las cosas en perspectiva, en la temporada 2011/2012 Leo Messi (quién si no) marcó… en 21 partidos consecutivos.

El segundo rugido llegó cinco minutos después. Y confirmaba la importancia de jugar con “un-9-que-meta-goles” en la Champions. Se admiten apuestas sobre si el Luis Suárez crepuscular de las últimas temporadas habría llegado al remate con la anticipación y las ganas de Barry White en el segundo de la noche. O en si habría porfiado por el balón como hizo el danés para forzar el penalti que sentenciaba el partido. Este Larsson 2.0 no se queja. Ni hace aspavientos cuando no juega. Ni provoca hastío verlo en el césped. Hasta tuvo un gesto de generosidad cediendo el lanzamiento a un Dembelé que también reclamó su cuota de protagonismo. Sobrado durante todo el partido y pese a tener el punto de mira desviado, Ousmane desbordó cuando y como quiso. Lástima que el hecho de terminar el partido como capitán sirvió para recordarnos que no es un recién llegado: que es su CUARTA temporada. Quién sabe dónde habría podido llegar con unos buenos abductores… y un poco de cabeza: se puso el brazalete del revés.

Y si la primera media hora apenas tuvo historia por la aplastante superioridad visitante, la siguiente hora fue la nada absoluta. El calendario no da tregua y Q-Man siguió gestionando los minutos de su plantilla, especialmente los de la maltrecha línea defensiva, aunque dejó un último detalle: ya son tres partidos completos de Mingueza, el Chigrinsky de Santa Perpetua, y los tres con portería a 0. Se especulaba con apremiar la vuelta de Umtiti: Samuel, no fuerces.