La primera semifinal de la Supercopa que enfrentaba al campeón de Copa contra el campeón del Nadaplete —misterios del nuevo formato— tenía al Real Madrid como claro favorito. Para contrarrestarlo Xavi parece ser consciente de que, para ganar, el Barça necesita jugar bien. Y en ello está. Por eso no es fácil entender su continua apuesta por el Trío Calavera. Más difícil resulta explicar que jueguen todos los minutos (prórroga incluida). Incapaz de dominar el centro del campo, a Busquets ya no le hace falta llegar al minuto 60 para venirse abajo: a los 25 regaló el balón a Benzema para que este lanzase a Ficticius al contragolpe. El año pasado el disparo del brasileño hubiera ido a parar a las aguas del golfo pérsico pero en este, donde todo le sale, se fue a la escuadra de Ter Stegen.
Parecía allanarse el camino para otra cómoda victoria de cualquier rival de peso al que se enfrentan los azulgrana en los últimos tiempos. Pero algo está cambiando porque esta vez el equipo no se vino abajo. Aún con sus muchas carencias en la creatividad siguió insistiendo, creciendo en su fútbol, confiando en que lo que hace le dará resultados. Y el mejor ejemplo de ello es Luuk De Tronk. En este 2022 parece estar poseído por el “efecto Vinicius”: tras ser vilipendiado hasta la extenuación, ha aglutinado todo tipo de burlas para sacar su mejor versión y tener una confianza que le permite hasta marcar de rebote. Respecto a su compañero de ataque, Ferrán Torres, hay que decir que, si se compara con los debuts de otros delanteros barcelonistas en una Supercopa, el valenciano apuntaría más a ser un Simao Sabrosa que un Ronaldo (el Bueno). Es poco tiempo, sí. Casi tan poco como la paciencia que va a tener la parroquia barcelonista con los fichajes de alto coste.
El descanso y los cambios le sentaron de lujo a los azulgrana: pese a mantener al Trío Calavera al completo, la entrada de Pedri metió una marcha más e hizo pensar que a Frenkie DecepJong se le empieza a agotar el crédito. Algo que, por el contrario, parece ilimitado para DembeLOL: tan bullicioso y rápido en carrera como torpe y fallón con el balón, estropeando casi todas las jugadas de ataque. El problema es que esta última frase es aplicable desde el 2018. El duelo con Mendy pugnando por llevarse el trofeo a la acción más cómica del partido estuvo realmente disputado. Los saudíes lo dejaron desierto.
La sensación de dominio culé no acababa de traducirse en claras ocasiones de gol y las que llegaban se topaban con un siempre seguro Courtois. El Madrid, que en el último mes parece vivir de parasitar los fallos de su rival (remember Alcoyano), confiaba en su loba parda: Benzema dio tres vueltas al redil y no pudo sacar nada (por las intervenciones de Ter Stegen); pero a la otra vuelta que dio, sacó la borrega blanca… Un nuevo obstáculo en el crecimiento de los niños de La Masía. Para entonces ya se habían sumado Abde y Ansu Fati. Y con la compañía de Nico, la chavalería empujó y empujó hasta meter a los blancos en su área. Y donde más se esperaba, apareció el gol. Porque el Eto’o 2.0 también sabe marcarle al Madrid.
Tan previsible era el gol de Ansu como que, estando Pedri en el campo, habría prórroga. Xavi, que ya había apostado claramente por el cruyffismo en vena, siguió con una defensa de 3 en un tiempo extra en el que los suyos se quedaron sin fuerzas. Las piernas pesaban. Ya no entraba el último pase. Y el Trío Calavera seguía al completo en el campo. La única manera de decantar el partido para los azulgrana era que saltaran al campo Marcelo e Isco. Pero esta vez Ancelotti no cayó en su propia trampa. Olieron los madridistas nuevamente la sangre y a la primera oportunidad de contraataque hasta cinco jugadores blancos se presentaron en el área de Ter Stegen para que Valverde sentenciase. El intento final de chilena de Ansu hubiera sido una guinda apoteósica a un gran partido. Pero lo cierto es que los saudíes, mientras sigan anclados en el medievo, no se merecían tanto espectáculo por mucho que paguen. Hubieron de conformarse con esta lección de historia futbolística: la que dice que históricamente al Barça se le identifica por su fútbol y al Madrid por sus resultados.