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Crónica

Vitoria. Vítor. Vitoria

Xavi, el auto-cesado a futuro, decidió que para lo que le queda en el convento… podía hacer experimentos. Así que decidió probar a Christensen como pivote en Mendizorroza. El danés tiene altura, salida de balón y puede sentirse seguro al tener dos centrales atrás. El experimento no salió ni bien ni mal sino todo lo contrario: cierta sensación de más consistencia defensiva, pero aporte nulo ofensivamente. Cierto es que algunos como Pedri, que se supone que deben aportar más en el ataque como centrocampistas, tampoco lo hacen. El canario está desconocido desde la vuelta de su lesión.

 

Pese a la innovación, hay cosas que no cambian: el Alavés salió en tromba, convencido de que alguna ocasión llegaría nada más comenzar, por cortesía de la falta de concentración azulgrana. Y así fue. Tal vez Xavi debería decirle a los jugadores que los partidos empiezan cuando pita el árbitro, no 15 minutos después del silbido inicial.

 

Pero, tras 20 minutos sin saber si el Alavés jugaba con o sin portero, llegó la primera jugada trenzada en ataque de los azulgrana. Y el primer gol. La conexión “Dortmund 2013” volvió a funcionar como en los viejos tiempos: gran pase de Gundogan y definición exquisita de Dugarrowski. Parece que Robert –el gol llama a su puerta– está en esa misma fase crepuscular que vivió Luis Suarez: cada año, tarda más en coger la forma. Fue la prueba de que si se consigue juntar con ciertos espacios arriba a la gente de talento, antes o después se produce peligro. Lástima que a Pedri la gasolina cada vez le dura menos y, en ocasiones, da la sensación de saltar al campo con semblante cansado.

 

Pese al mazazo, no se rindió el Alavés que siguió apretando y probando los reflejos balonmanísticos de Iñaki da Pena –tal vez su único punto destacable– especialmente a través de la potencia y la fortaleza física de Samu Oximorón. Su físico de armario empotrado se encontró con un rival inesperado: el chaval Cubarsí, espectacular táctica y técnicamente, tampoco se arruga en lo físico.

 

Comenzó la segunda parte por los mismos derroteros: apretaba el Alavés y golpeaba por calidad el Barça. En esta ocasión la conexión fue al contragolpe con Pedri aguantando la llegada de algún compañero para servir en bandeja el gol a Gundogan. La famosa pegada, esa que debe tener un equipo grande para resolver este tipo de partidos, parecía volver a vestir de azulgrana, tras meses perdida.

 

Pero si este Barça tiene la costumbre de empezar los partidos concediendo ocasiones al rival –y muchas veces goles– también tiene el mal hábito de no cerrar los partidos y permitir a los contrarios volver a meterse en él. Esta vez no tardó ni un minuto después del 0 a 2 para que en una sucesión de errores defensivos, Oximorón le robase la cartera a Araujo y pusiese el 1-2. Los números dicen que la cantidad de goles encajados son de equipo de media tabla hacia abajo. Imposible así aspirar a mucho más que asegurar la Champions.

 

Curiosamente, no llegó el aluvión de ocasiones vitorianas y sí una cierta comodidad azulgrana para controlar el juego. Y el partido que terminó de cerrarse con la salida de Kodroque. El brasileño solo duró 12 minutos en el campo pero dieron mucho de sí: un gol de rematador puro a pase de Fort y dos discutibles amarillas por sendos choques cuasi fortuitos. El Tiguerón, antes de venir a jugar a la liga española, debería haber consultado a su compatriota Casimierda como arrollar tobillos y rodillas contrarias y salir siempre indemne. De todos es sabido que si el Barça hubiera vestido hoy con esa equipación suplente blanca, esa expulsión no habría sucedido.

 

Con diez jugadores, se volvió a temer por el resultado pero el tremendo esfuerzo físico del Alavés en la primera parte ya le pasaba factura a los locales. Sin apenas ocasiones en ninguna de las dos porterías, al Barça le bastó contemporizar, sabiéndose ya con el resultado y el viento a favor, y asegurando los 3 puntos que permiten mirar –aún– con holgura la quinta plaza.