Saltaba el Barça a disputar un partido en día poco habitual y una alineación que aún lo era menos, con la mente más puesta en la Champions que en la liga: la clasificación para cuartos en Europa es más rentable deportiva y económicamente que quedar segundo en el campeonato local. Pero ni siquiera los numerosos parches que hubo de buscar Xavi para hilar un once reconocible –entre lesiones y descansos–, le sirvieron a Kodroque para ser titular. Le adelantó por la derecha el canterano Guiu. Por si no quedaba claro que el técnico no lo había pedido, visto lo que haya visto en los entrenamientos, no confía lo más mínimo en él. Parece claro que, si se apuesta por melones por abrir, los de casa cuestan diez céntimos y los de Brasil a 30 y pico millones de euros la pieza. Para recordárselo a algún directivo que se excuse en la maltrecha economía del club.
Pero sí que hubo muchas de las cosas que llevan siendo habituales toda la temporada. Por ejemplo, el poco fútbol que es capaz de desplegar el equipo. O que Gundogan es el único centrocampista con algo de criterio –y muchos años encima. O que Cubarsí cada vez que juega deja aroma de central grande. También es habitual ver que Guiu está verde. Muy verde. Y que Juan Infeliz no es que no debería seguir la próxima temporada sino que no debería pasar de la semana que viene.
Habitual es comprobar semana tras semana la nulidad futbolística que es Nadinhabsolutinha. Con cinta en la cabeza o sin ella. Solo le salva su insistencia moscacojonérica que fue capaz de forzar un penaltito de esos que, si no lo pitan, nada habría pasado. Al no estar Lewandowski para hacer uno de sus estrafalarios lanzamientos, tomó la responsabilidad su compañero de quinta en el Dortmund 2013. Y el alemán hizo lo que todo el mundo espera que pase cuando Robert hace su show: fallarlo. O tal vez lo paró Ratkovic.
El cero a cero al descanso y el patadón tras saque del centro del campo durante meses y meses también ya es algo habitual en el equipo de Xavi. Parecía contento el técnico de que su equipo jugase a lo que le pide el cuerpo: como no hay centro del campo, todos a correr. La defensa adelantada hacía sufrir a Iñigo Martinez y los fallos de Larin solo servían para empezar a visualizar lo que puede suceder el martes si es Osimhen el que dispone de esas mismas ocasiones. Si jugando así, el Barça elimina al Napoles será solo por intercesión de la Verge de la Mercè, Santa Eulàlia, la Moreneta, Sant Cugat, Sant Sadurni d’Anoia y el resto de la corte celestial.
Y hablando de gente milagrosa, el verdadero milagro es que, pese a dilapidar millones en medianías, sea la cantera azulgrana la que siga sacando las castañas del fuego. Cada vez que aparece un prodigio y la mala fortuna lo hace caer –Ansu, Gavi, Pedri– aparece otro mejor. En este caso Lamine el Chaval. Desaparecido como los grandes genios en la primera parte, avisó nada más comenzar la segunda con un disparo al larguero. En realidad, estaba afinando la puntería. Cerca del final del partido y con la defensa bermellona aculada, se revolvió dentro del área para orientarse y clavar un zurdazo a la escuadra. Fue lo único reseñable de todo el partido y sirvió para dejar los tres puntos en casa. Con un exiguo 1-0 y un juego ramplón, ordinario, tosco y vulgar. Lo habitual, vamos.