Definitivamente este es un Barça para partidos grandes. Lo volvió a demostrar ante un rival y en un estadio que solo traían malos recuerdos, lejanos –final de 1961– y cercanos –última visita en Champions. Y el mal fario parecía confirmarse cuando en el primer ataque lisboeta, la defensa azulgrana al completo hacía aguas y Pavlidis fusilaba a Scnhdjlcvzny.
Acusaron los de Flick el golpe inicial. Durante 10 minutos fueron avasallados por un equipo local que rompía una y otra vez la –torcida- línea defensiva que echaba en falta la sobriedad y veteranía de Iñigo Martinez. Sin embargo, una internada de Baldé en el área acabó con un penal tras pisotón rival, ignorado por el árbitro pero corregido por el VAR. Lewandowski con su habitual paseíllo estrafalario empataba el partido. Un gol que, además, devolvía la calma y el tempo del partido a los azulgrana.
Parecía que el Barça pasaría a dominar el partido. Y, sin embargo, se desató el chaparrón. No de agua, sino de despropósitos. Todo comenzó con una salida loca de Scnhdjlcvzny que chocó con Balde, dejando el balón franco para que Pavlidis marcase a puerta vacía. El trencilla holandés se sumó también a la fiesta del error con un más que dudoso penalty de Scnhdjlcvzny que, de nuevo, Pavlidis, se encargaba de transformar. Curiosa costumbre del Barça la de convertir en héroes por un día a jugadores que nunca más volverán a hacer un partido como este. El griego se suma a la lista de los Asprilla, Cesar Brito, Dybala o Darwin Núñez.
El mediocre juego y dos errores infantiles condenaban al Barça. Un resultado que, al descanso se antojaba complicado de remontar. Pero mejoraron sus prestaciones en la reanudación los de Flick y poco a poco, con Pedri al mando de las operaciones, fueron llegando las ocasiones. Y en la menos esperada, se acertó. De hecho, en las estadísticas no debe contar ni siquiera como ocasión. El portero ucraniano decidió compensar la primera pifia de su par en la portería rival y su despeje se fue directo a la cabeza de Rabinha que, sin quererqueriendo, devolvió el balón a la red. Cuando alguien está tocado por una varita mágica, le sale todo. Y este es el caso del temporadón del brasileño que, hasta ese momento, no había hecho gran cosa.
Había suficiente tiempo por delante como para pensar en el empate. Pero apenas habían pasado 3 minutos desde el 3 a 2, cuando un nuevo error flagrante en la defensa acabó con Araujo primero perdiendo la marca y después introduciendo el balón en su portería. Partido para olvidar del uruguayo que se llena de argumentos para dejar de pedir una buena renovación.
Tocaba apelar a la heroica. Y eso es algo a lo que no acostumbra el Barça, al menos en las últimas dos décadas. Pero Flick, decidido a acabar con todos los malos farios azulgrana, se sintió imbuido por el espíritu de Johann y decidió tirar todo por la borda: apostó por una defensa de tres. ¿Suicidio o genialidad? Quien más quien menos, se esperaba el quinto del Benfica en una contra. Pero lo que llegó fue otro despropósito arbitral, acaso para compensar el de la primera parte. Mano que se apoya sobre Lamine, El Chaval cae derruido cual Neymierda de la vida –solo le faltaron 3 volteretas de campana para clavar al brasileño– y penal al canto. Lewandowski repitió ejecución y volvió a meter al Barça en el partido.
Entre un Benfica asustado y un Barça agigantado, el empate flotaba en el ambiente. Seguía diluviando y cada ataque azulgrana, con más pundonor que fútbol, se volvía más y más peligroso ante la deslavazada defensa portuguesa. Hasta que, en mitad del caos, emergió la figura de Pedri, el mejor de su equipo. Puso el fútbol. Puso la pausa. Y puso el centro perfecto en la cabeza de quien menos se esperaba: Eric García. En un partido de locos, el héroe tenía que ser alguien inesperado.
Era el minuto 85 y parecía una gran final para un partido indefinible. Pero no. Los de Flick habían visto sangre y querían más. Tal fue su ambición que descuidaron la defensa y el recién incorporado Di María se plantó solo ante Scnhdjlcvzny. Hubiera sido un castigo demasiado cruel al esfuerzo del equipo en la segunda parte. Pero el polaco compensó sus errores garrafales con una parada que le dio una vida extra a su equipo. En el que parecía último ataque del partido, otro caos en el área pareció poder terminar con un penalty, si el árbitro volvía a cometer otra tropelía. Pero no. Fallón Torres lanzaba en largo para que Rabinha sprintase en el minuto 96, como si hubiese salido apenas unos minutos antes desde el banquillo, y culminase una remontada épica. De las que quedan para la historia. Ahora sí, era el final perfecto.