Era el partido clave. Si se ganaba, el Barça podía permitirse hasta 3 empates en los últimos 5 partidos de liga –siempre que uno de ellos sea ante el Mierdas– para campeonar. Y para un partido así, a Flick no le tembló el pulso para dar entrada a muchos de los no habituales del equipo. Entre ellos a Ansu Fati y Héctor Fort, prácticamente residuales esta temporada. Y con una línea defensiva pseudo-experimental.
A eso había que sumarle el evidente bajón físico del equipo en el último mes. Y el rival. Un Mallorca que venía haciendo una gran temporada. La sombra del pinchazo estaba ahí presente. Pero no hizo aparición. El equipo controló por completo el ritmo de juego, con Pedri como fuente inagotable de ideas en ataque. Las opciones reales del Barça para ganar el triplete pasan por el estado de forma del canario en los 8 (o 9) partidos que restan.
Y comenzó el aluvión de ocasiones. Cual gota malaya. Las hubo para Fallón, para Olmo, para Lamine, para Eric, para Gavi…. Incluso para Ansu que pareció aportar algo y recordar mínimamente a aquel que fue. El Barça contabilizaba 24 disparos solo en la primera parte. Si el gol no llegaba era por el desacierto en el remate final. Llámenlo falta de puntería, mala suerte, poco entrenamiento en el remate…
¿El que perdona lo paga? Pudo ser así. Un contraataque mallorquín –el primero y último– poco antes del descanso terminó con gol de Mateu, anulado por fuera de juego. Pero que servía de aviso visitante a la falta de eficacia de los locales. Y vaya si sirvió. Nada más saltar al campo en la segunda mitad, Olmo recibía un pase de Eric en el interior del área, se giraba, hacía una pausa, se tomaba un sorbo de café, se ajustaba el nudo de la corbata y, finalmente, la ponía al palo largo. El crack de cristal apunta a ser un hombre clave en este intento de consecución del triplete de tripletes. Como él mismo dice, llega su hora.
Con el 1-0 volvía la tranquilidad a las gradas. Sobre todo porque el equipo siguió a lo suyo, buscando el segundo como mandan los canones flickeanos. Pero no era el día de la puntería, no. Más bien el de la escopeta de feria. Y, además, el equipo no estaba exento de algún fallo defensivo. Ya estaba Araujo ahí para recordarlo. Especialmente con su mala costumbre de hacer faltas absolutamente innecesarias. Las opciones de los isleños pasaban por él.
Y por Leo Román. Si el Mallorca se mantenía vivo en el partido era principalmente gracias a su portero que seguía haciendo el partido de su vida contra el Barça. Esa tradición que ya hiciera famosa Javi Varas. El volumen de ocasiones locales no llegó al de la primera parte pero sí suficiente para que el partido estuviese sentenciado, al menos, a falta de media hora. Ni las entradas de Fermín o Rabinha cambiaron esa dinámica. Incluso dio tiempo para ver nuevamente neymierdear a Lamine, desperdiciando un mano a mano por recordarnos que su ídolo de la infancia era el pufo brasileño. ¡Cuando Messi estaba en su prime! Cualquier psicólogo medianamente cualificado le diagnosticaría una importante tara mental.
Finalmente se nadó y se guardó la ropa. El Mallorca ni siquiera hizo el amago de la heroica final y los tres puntos se quedaron en casa. El corto marcador acaso sirva para que la caverna mediática nazionalmadridista se ilusione. Seguramente no vieron el partido. Si lo hubieran hecho, habrían visto más futbol en los primeros 45 minutos de los azulgrana que los que ha hecho el Mierdas en toda la temporada. Un futbol que merece campeonar.