—TOC, TOC
—¿Quién es?
—Soy Akira Kurosawa.
—Lo siento, pero no le conozco.
—Pero yo a usted sí. Me gustaría dirigir una película sobre su vida. Admiro su pureza de espíritu.
—Pues qué bien.
—¿Podría pasar dentro? Aquí fuera hace mucho frío.
—Verá usted, es que en este momento estoy muy ocupado.
—Sólo le robaré unos minutos.
—Bueno, está bien, adelante… Pero mientras me habla de todo eso que me quiere explicar podría usted ayudarme a rellenar estos sobres.
—¿Rellenarlos con qué?
—Con ese montón de cartas que tiene a mano derecha. Tan sólo tiene que introducir una en cada sobre y cerrarlo con este sello untado en grasa de yak.
—Oiga, si todas las cartas dicen lo mismo, ¿no sería más sencillo enviar un correo electrónico a toda esta gente? Es lo que hizo Troyano cuando nos pidió dinero para la operación de cambio de sexo de Lenny.
—Verá usted, es que Internec aún no ha sido inventado. Estamos en 1901.
—¿Cómo que 1901? Yo creía que estábamos en 1973.
—Eso es lo que usted creía, pero la linea espacio-temporal se ha roto y vamos dando tumbos por las cuatro dimensiones. Antes de que usted llegara me visitó Justin Bieber.
—¿Y dónde está? No lo veo.
—Está en el caldero, es la cena de esta noche.
—Todo eso que me explica me parece inconcebible. Los saltos temporales… parece el argumento de una mala serie de televisión.
—Veo que aún no se ha dado cuenta. Nada de esto es real, usted no es real, yo no soy real, Justin Bieber no es real: es un muñeco con una Sound Blaster de 8 bits en su interior.
—Y si no somos reales, ¿qué somos?
—Somos el producto de una mente enferma. Un sueño o una pesadilla, según como se mire. Cuando el gigante despierte, nosotros desapareceremos.
—No le creo. Si sólo soy el personaje de una función, una mera representación imaginaria, ¿cómo es que pienso por mi mismo? ¿Cómo puedo sentir dolor, tener ambiciones? Ahora mismo mi estómago ruge, ¿no le parece prueba suficiente? Todo este lío de fechas es una mera confusión, seguro que tiene una explicación racional…
—Tenga.
—¿Qué es?
—Sopa de Justin Bieber, me ha dicho que tenía hambre.
—No me tomaré esa sopa, hay un pelo de polla flotando en su superficie.
—Sí, verá, es que antes de cocinarlo, ya fiambre… En fin, que uno no es de piedra.
—Cuénteme más sobre este mundo imaginario mientras vomito en su alfombra.
—Verá, hace dos horas yo no estaba aquí. Estaba en un lugar llamado Cataloonia.
—Sí, me suena: la Sagrada Familia, sombreros mexicanos, Port Aventura,… creo que eso es todo.
—Exacto. Pues bien, me encontraba en mitad de la Rambla cuando un hombre con traje ceñido me abordó. Me explicó que debía hacer algo por él, que yo tenía una misión, que el futuro de una gran masa social dependía del éxito o el fracaso de mi gestión. Me dió instrucciones precisas sobre lo que debía hacer… y en ello estoy.
—Así, todas estas cartas…
—Sí, son mi misión.
—¿Puedo leer una?
—Claro que sí.
…
—Oiga, esto no tiene sentido. Aquí dice que el destinatario debe reunirse con usted y unos amigos para emprender una larga marcha. Que todos serán recompensados con Audis A8, relojes Cartier y botellas de Mumm.
—Así es.
—Pero aquí hay miles de sobres, ¿cuántos amigos pretende reunir?
—Unos 30.000.
—¿Y pretende llevarlos hasta Cataloonia a pie?
—No, a mitad de camino nos espera el hombre de traje ceñido para llevarnos en jet privado… En un lugar llamado Uzbekistán.
«AAAAAAAGHHHHHHH». Sandro Ro despertó bañado en sudor, horrorizado. Las sábanas desprendían un fuerte olor a esperma reseco. «¿Marta? ¡Marta!». Buscó el tacto afable de su amada al otro lado de la cama, pero sólo encontró el frío y húmedo saludo de un ungüento pegajoso. Se acercó la mano a la cara y aspiró fuertemente. Olía a jamón y a rocío. Se metió un dedo en la boca. «Sabe a Actimel». Palpó el piso buscando su ropa interior, no recordaba donde la había dejado. De hecho no recordaba nada de lo que había pasado la noche anterior, excepto esa horrible premonición, tan vívida todavía, que le hacía acelerar el paso temblorosa y torpemente. Al fin pudo taparse sus partes nobles. O las más nobles, ya que todo era noble en él. Caminó a tientas por el dormitorio hasta dar con el pasillo. Al fondo, una puerta entreabierta filtraba una linea de luz al exterior. Se acercó y empujó la puerta con suavidad. Una figura humana se erguía frente al inodoro y un chorro que parecía surgir de ella chocaba furiosamente contra la loza. «¿Marta?». Preguntó con los ojos entrecerrados.
—Eu não sou Marta, querido. Eu sou Sabrina. — dijo mientras acomodaba el instrumento en su funda de hilo de encaje.
—Entonces, ¿estoy en Río?
—Sim.
—Pues debo volver a España.
—Por que?
—Porque…