“Si juega como si peina uno, éste es vidente” – Johan Cruyff
Los peinados nos hablan. Y si prestamos la suficiente atención, descifraremos los orígenes, las consecuencias y el porqué de los mismos. En el pasado, el ojo clínico mecanonaránjico ya desnudó prematuramente a tahures del peinado como Mendieta, Jordi Jr o Gabri (más empeñados en negar la evidencia que en batirse el cobre sobre el cesped). Romario comenzó a apagarse cuando descubrió con horror el cartón de su coronilla a la vuelta del Mundial 94. La ferocidad de Hristo Stoichkov caminó pareja su estilismo: la evolución desde el mullet agreste hasta el aseado corte de oficinista. Recientes estudios de la Mecan Oranjanic University han demostrado que, si bien un peinado concreto no garantiza el éxito, una elección errónea o la obsesión por la escasez de capilares podrían llegar a desquiciar al jugador más talentoso y, por ende, al conjunto del vestuario.
Los grandes equipos de la historia se han construido sobre la base de la homogeneidad capilar. Ésta incontestable evidencia científica aconseja que los jugadores elijan un estilo (el que sea) y lo mantengan a grandes rasgos. La inobservancia de éste dogma degenera invariablemente en una metástasis que devora a la plantilla más talentosa. El caso Fábregas ejemplifica hasta que punto el peinado de un futbolística puede afectar a la dinámica del grupo, sustrayendo su atención de lo esencial. Sin ánimo de culpar al jugador, es preciso advertir del peligro intrínseco que alberga éste tipo de actitudes. Azorado por la inexorabilidad de su dolencia, el sujeto comienza una suerte de mortadeleo capilar que confunde doblemente a sus compañeros: unos lo interpretan como un alarde fashionista y no quieren ser menos; otros tuercen el morro ante lo que consideran una actitud más propia de Zoolander que del Campeonato Nacional de Liga. El ejemplo del Mandril Galáctico no debería caer en saco roto. El fichaje de Beckham inició su declive y popularizó el famoso refrán: “Cuando la plancha de pelo y el tinte vegetal entran por la puerta, la disciplina salta por la ventana del vestuario”.
Como es natural, se preguntaran ustedes alarmados: ¿Se encuentra el nostre clum a salvo de tan pernicioso efecto dominó? Entremos en materia y opinen por si mismos. Podría objetarse al presente estudio la ausencia de algunos jugadores. Las omisiones obedecen a la menor relevancia futbolística (Keita, Maxwell, Adriano) o bien a la bisoñez de los citados (Thiago, Alexis, Cuenca, Fontás o Rafinha). Entiendan, hamijos míos, que extendernos en demasía no sólo aburriría a los bóvidos sino que requeriría más espacio del que necesita Ibrainmóvil para darse la vuelta. Procedamos, pues:
Víctor Valdés: Un mínimo reproche. Es dificilmente perdonable que alguien con su turgencia capilar opte por un rasurado tan radical, más apropiado para escaseces irreversibles. Nuestro cancerbero supera dicho handicap merced a un poderoso argumento: una testa poblada supone una distracción intolerable para el portero más exigido del orbe futbolero. Otros guardametas no dudan a la hora de atusarse la melena o ahuecarse los rizos mientras su equipo se lanza al ataque. VV no. Su cometido multitarea (parabalones, último defensa e iniciador de la jugada) precisa de una concentración rayana con lo sobrehumano.
Dani Alves: Su monocorde corte, al 1 o 2 como máximo, refleja su regularidad. Ésta se ve ocasionalmente punteada por arrebatos excéntricos y de dudoso gusto (crestas infames y oxigenación esporádica -que coinciden sospechosamente con la cercanía del “hermao” Neymar-), que podrían asimilarse a sus pollodescabezadescas internadas en el área rival.
Carles Puyol: Orgulloso poseedor de la más mítica melena que los céspedes contemplaron, nuestro capitán ejemplifica como pocos el objeto de éste estudio. Su esplendor capilar y su nula permeabilidad a las modas denotan el firme carácter que impregna su juego. Además, nótese la épica fotogenia que desprenden sus remates de cabeza y el subsiguiente latigazo rizoidal(?)
Gerard Piqué: No tan “fashion-hair-victim” como podría pensarse, apenas se le conocen un par de variantes sobre su patrón básico de semi-flequillo casual, más o menos largo. Fiel reflejo de su juego, sobriedad y elegancia son una constante, aunque se le conocen ramalazos muy puntuales de incorporaciones alexanquísticas cuando el guión lo requiere.
Javier Mascherano: Su corte marcial auna practicidad, seriedad, ferocidad y coherencidad (?). Consciente de que su cuero cabelludo enfila ya el camino de la prórroga, el honesto Machete aplica a su apariencia la misma honestidad que a su juego y, con su elección, realiza un elegante tackle a la genética, enfocando su atención hacia menesteres más importantes.
Eric Abidal: Nuestro francés favorito… Rectifico, nuestro segundo francés favorito, con total seguridad, no ha dedicado un segundo de su vida a pensar en éstos temas. 5 temporadas de maquinilla al canto le avalan. Y ni falta que le hace. Su condición de sprinter arriba-abajo fulltime requiere requiere una aerodinámica máxima, que alcanza gracias la afortunada conjunción de rasurado+conicidad craneal.
Sergio Busquets: Profesa un no-estilo monolítico y antimodístico. Menos es más. Busi nació y morirá con ese peinado. Seguro de Vida (Ver Pedro Rodriguez)
Xavi Hernández: He aqui la quintaesencia de una persona equivocada pero coherente. El nefando y obsoleto estilo “despeinado a pellizcos con gomina”, que triunfo a principios de los 2000, embotó su sentido estético. Erróneo pero honrado: una vez asumió su patinazo estilístico, optó por mantenerlo contra viento y marea, en vez de iniciar un deriva eterna en busca del look apropiado. Trasladando la analogía a su juego, Xavi optó por un camino y no se apartó de él.
Andrés Iniesta: La crueldad de su temprana alopecia (que le otorga un cierto parecido al niño de la familia Munster), unida a una hermana peluquera (¡aquella efímera cresta!) hicieron que los estudiosos del tema nos temiesemos lo peor. Pero Don Andrés hizo de la necesidad virtud y su experimentación se limitó a variaciones sobre un mismo tema: el mechón frontal y su mayor o menor espesor, siguiendo los pasos de ilustres antecesores como Bruce Willis o Jude Law. La historia se lo agredecerá: el Iniestazo o el gol de la final del Mundial perderían gran parte de su épica si Iniesta hubiese optado por lucir una cortinilla torrentesca.
Pedro Rodriguez: Ver Sergio Busquets
Leo Messi: Si Jesucristo llevaba mullet, D10S no le ha ido a la zaga en ocasiones. En su descargo, debemos admitir que su condición de deidad le exime de contraindicaciones estéticas. Admitiendo ésto, debemos señalar la marcada influencia paterna en sus vaivenes pelacionales. Papá Messi y sus otros vástagos Paquirrines son claros devotos del mulletismo y, por contagio, D10S no ha sido inmune a sus perniciosos efectos. En su caso, pecata minuta.
David Villa: Extraño caso el del Guaje. Mundialmente conocido por un corte tan discutible como reconocible (flequillo largo y engominado, ora a izquierda ora a derecha), su fichaje por el Barça provocó lo que podríamos denominar “crisis estilística”. Aunque gran parte de la temporada pasada continuo amparado en su imagen de marca, el conocido como “Villagato” (flequillo pegado a la a frente y emo-corizado) evidenció la desazón del jugador que debe reinventarse en su madurez por el bien del equipo. Sin temor a equivocarnos, se podría rastrear el estado anímico de Villa atendiendo a la cantidad de fijador.
Cesc Fábregas: Sin duda alguna, el inspirador del presente estudio. Atormentado por una desertización craneal que avanza implacable (y que no escapa al ojo experto), Cesc lo ha probado casi todo: raya con flequillo caido hacia un lado, lo mismo pero al contrario, mojado hacia atrás … y mi favorito: el pavoroso despeinado “efecto recien salido del tunel de viento” que lució durante la Supercopa de Europa. Recientes observaciones me inclinan a afirmar que Sex ha cogido el toro por los cuernos y se ha hecho un “Rooney” (vulgo “implante”). Desde que volvió de su lesión, me parece evidente que se ha incrementado la tupidez de su cabellera. De ser así, celebraría que haya puesto fin a sus desvelos y a los nuestros (estupefactos testigos del horrendo desfile de aberraciones peluqueriles).