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Desde el Barrio Rojo

Desde el Barrio Rojo: Wim van Hanegem

Algunos analistas que siguieron el Mundial de Alemania de 1974 sostienen que el mejor futbolista de la Naranja Mecánica durante aquel torneo no fue Johan Cruyff sino Willem van Hanegem, un notable centrocampista que militaba en el Feyenoord de Rotterdam. Y su brillante actuación tuvo mucho mérito teniendo en cuenta su historia personal.

Fue en otro fatídico 11 de septiembre, en este caso de 1944, cuando van Hanegem, que entonces apenas contaba con siete meses de edad, perdió a su padre, a dos hermanos y a su hermana a causa de los bombardeos del ejército nazi sobre Breskens, un pequeño pueblo de pescadores, en plena II Guerra Mundial.

Treinta años más tarde, en el verano de 1974, un capricho cruel del destino propició que aquella selección holandesa dirigida por Rinus Michels deslumbrase con su fútbol total precisamente en los estadios del vecino invasor que tres décadas atrás había causado tanto dolor y devastación. Van Hanegem, que desde que tuvo uso de razón sentía un profundo desprecio por los alemanes, no disimuló durante todo el torneo su malestar por jugar en tierras germanas: “No me gustan los alemanes. Cada vez que juego contra ellos tengo un problema porque me acuerdo de la guerra, donde asesinaron al ochenta por ciento de mi familia”.

La gran final se celebró el 7 de julio de 1974. Alemania Federal y Holanda se disputaron el título mundial en el estadio olímpico de Munich ante ochenta mil espectadores. Era tiempo de revancha. En la primera jugada del partido Holanda completó 16 pases hasta que Berti Vogts cometió un penalty sobre Johan Cruyff que transformó Johan Neeskens. Alemania ni siquiera había tocado el balón.

Lejos de derrumbarse por el tempranero contratiempo y bajo la batuta de Franz Beckenbauer, la Mannschaft logró darle la vuelta al marcador en el primer tiempo con goles de Paul Breitner y Gerd Muller. Cruyff, en el descanso del partido, se acercó al árbitro inglés Jack Taylor para protestarle el dudoso penalty pitado a favor de los anfitriones y le recriminó: “¿Cómo puedes ayudar a los alemanes, después de lo que le hicieron a tu país y al mío durante la guerra?”. Con flema británica, Taylor zanjó la discusión camino del vestuario mostrando una tarjeta amarilla al Profeta del Gol.

El resultado no cambió en la segunda parte y aquella selección holandesa de fútbol luminoso y heridas sin cicatrizar cayó derrotada contra pronóstico. La Naranja Mecánica no pudo alzar la Copa del Mundo pero se ganó la inmortalidad. Triste consuelo para van Hanegem, que abandonó el terreno de juego arrasado en lágrimas: “Estoy lleno de rabia. Les odio”. Tampoco acudió a la cena de gala que se organizó posteriormente para clausurar el torneo.

Wim van Hanegem es actualmente comentarista de fútbol internacional en un par de canales de televisión holandeses. Con el paso del tiempo ha suavizado su discurso sobre los alemanes aunque, probablemente, debió esbozar una ligera sonrisa de satisfacción cuando Holanda ganó la Eurocopa de 1988, como no podía ser de otra manera, en tierras germanas.