Jamás fui antilaportista. Me parecía (y me sigue pareciendo) el mejor presidente de la historia, y pese a que durante su mandato tuvo luces y sombras, el balance final que nos dejó es claro como una mañana de agosto en las playas de Gavá. Pero un día su mandato se terminó, y había que decidir qué nuevo rumbo mantendría el Barça. Y las opciones fueron cuatro.
El delfín de Laporta quedó autodescartado desde el mismo momento que la propia junta, que durante los años previos había sufrido innombrables altas y bajas, boicotearon la candidatura de uno y otro. Al final se presentó Jaume Ferrer, pero la opción se había ahogado en el útero de la precampaña. Después estaba Benedito, que parecía tener buenas intenciones, pero que me espantó en el mismo momento que anunció que los presupuestos del Barça eran demasiado grandes y no debían seguir aumentando. Entonces quedaba Marc Ingla, una opción planteable, sobre todo por ir de la mano de Ferran Soriano, del cual tengo un gran recuerdo como directivo, pero tras escucharle en varios de los debates electorales quedé desencantado. No me gustaba como buscaba más quitar votos a Rosell que conseguir los suyos propios.
Y estaba la cuarta opción, la de Sandro Rosell. El hombre de los fichajes imposibles. El constructor de las bases del gran Barça de Rijkaard (aunque si hubiera sido por él, sin Frank…). El que prometía aunar a un barcelonismo que, pese haberse unido por completo gracias a Guardiola, mantenía un abierto debate sobre algunos pasajes del todavía actual presidente. Y yo confié en que así sería. “Laportismo sin Laporta” decís algunos. Jé. Que puta razón teníais.
De manera que fuí y le voté. Junto a otros treinta mil socios, me tragué el mondongo, a la espera de que cumpliera de la primera a la última promesa emitida. Por si no lo recordáis, su primer acto como presidente sería reunirse con Pep y acordar un nuevo contrato, que sería todos los años posibles, ya que lo veía como nuestro Fergunson. Estupendo.
Y resultó que, ya desde ese primer día, todo lo dicho caía en saco roto. Porque lo primero que hizo tras cruzar el marco de la puerta del despacho oval del Camp Nou no fue renovar a Guardiola, sino contratar una inspección económica del club con el fin de empezar a echar mierda sobre los anteriores gestores, contra los constructores del mejor Barça, mejor equipo y mejor club de la historia del fútbol. Estaba claro que no hacía falta sacar sobresalientes para ser el mejor de la clase, bastaba con convencer a tus padres de que el profesor os había suspendido a todos.
¿Y yo que pensé? Pues que bueno, es normal querer contar con cierto apoyo, aunque sea de forma zafia, y que era evidente que habían entrado con cierto sentimiento inferioridad respecto a sus predecesores en el cargo. Triste, pero perdonable.
Y la pelota empezó a correr, y lo ganamos todo, o al menos todo lo que la mafia arbitral nos permitió ganar, y Guardiola renovó un año más, y vinieron los jugadores que Pep había pedido, Cesc y Alexis, y todo parecía ir más o menos bien. ¿Lo que se movía detrás? ¿Cierre de secciones históricas, reventa de entradas por empresas vinculadas al presidente, publicidad en la camiseta? Los consideré por menores, típicos movimientos en la gestión de un club que si los hace uno de tu bando son perdonables (e incluso positivos), y si los hace tu rival son imperdonables. Pep mandaba, los títulos llegaban en tromba, se fichaba lo que había que fichar, todo iba muy bien.
Entonces Guardiola anunció su marcha, y la brutalidad del impacto quedó paliada por el nombramiento de su sucesor. Tito era perfecto para sustituirlo. Otro (?) buen movimiento por parte de la junta, que en uno de los peores momentos de nuestra historia supo escoger la opción más sensible. Fui feliz por este nombramiento, ya que me permitía soñar con que Pep no se iba a ir realmente, con que todo sería como si él entrenará, ya que ¿qué importaba que el once lo hiciera uno u otro? ¿No serían los mismos entrenamientos? ¿Las mismas pautas? Joder, es cierto aquello de que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos…
Guardiolismo sin Guardiola. Nadie lo llamó así, pero realmente esa fue la ilusión que me hice. Que estúpido fui, pensar que lo que nos había dado Pep era un planteamiento táctico, un estudio del rival o la capacidad de cambiar un partido con un cambio. Y ni mucho menos era eso lo que nos había proporcionado durante cuatro años. Fue poner un pie fuera del club y verse quien había ejercido de presidente del Barça los últimos dos años.
Ataques desde la caverna que no tenían ninguna respuesta. Pérdida de la competitividad en momentos de transición. La junta emitiendo juicios de valor con los que se buscaba quitar mérito a Guardiola. Y al final de la temporada, tras tres años de autoengaño, se acabaron las buenas maneras. La gente normal había regresado, y no iban a permitir que nadie se llevara lo que era suyo.
¿Sin Abidal habría abierto los ojos? Es muy posible, pero sigo pensando que es mucho más efectivo un bofetón en la cara que dos mil pellizcos en el brazo. Abidal supuso mi bofetón. Mi dosis de realidad. Mi “pero que coño he hecho”. Aun siendo la parte más importantes, el verdadero núcleo de estas memorias, este capítulo no lo narraré. Me sigue doliendo demasiado pensar en ello.
Y entonces, ¿qué es lo que había? Con los ojos ya abiertos, me sequé las lágrimas y miré a mi alrededor. Qatar Airlines por todas partes, pero pagando como si fueran el énesimo cartel de una camiseta manchada hace 15 años perteneciente a un club cualquiera. Guardiola teniendo que hablar del Barça en una rueda de prensa del Bayern porque desde aquí se filtraba que no trató bien a un amigo enfermo. Jugadores importantes para el presente y el futuro del Barça haciendo las maletas. Un director técnico inútil, y no empleo la palabra “inútil” a modo de insulto, sino como una detallada descripción de sus capacidades y responsabilidades en el club. Un fichaje donde debían ser al menos cuatro, el cual ha salido redondo, pero que terminará en los tribunales por ser incapaces de mostrarse sinceros con los acuerdos. Y un millón de pellizcos más que, analizados con detenimiento, algunos eran mucho más que mordiscos, eran palizas a la entidad, a la historia del club y a los valores (verdaderos valores) que habían construido sus cimientos.
Sandro, yo te di mi voto, y no solo me has decepcionado. Ojalá solo hubiera sido eso.
Dedico mis memorias a todos menos a uno, y a ese uno en especial, ya que fue él el que me instó a que las escribiera. Aquí están, Oskarralogía, espero que no te decepcionen.