A mí el hedor de lo de Favelas & Co. me dio las mismas arcadas que a casi todos. Aún así, una vez establecida y asumida cuasiuniversalmente (al menos en este pequeño universo) la desfachatez moral de sus representantes, sus fichadores y hasta, en última instancia, del mismo Jr., (ya sea por malicia, ignorancia o delegación imprudente) y la potencialmente catastrófica desproporción entre el dispendio y los resultados inmediatos, creo que aún cabía repetirlo para que no quedara nadie sin enterarse. Incluso resultaban de lo más apropiado los cientos de chistes y menciones sardónicas a Sr.
Una vez que todos hemos tenido la oportunidad de conocer el percal, se entiende que haya que reincidir en ello por si alguien quisiera volver a debatir el tema. Cuando ya se han redebatido y refutado de mil maneras las objeciones, cabe repetir la idea una vez más (o cien), como refuerzo. Pero después de eso, ya llega un momento en que no avanzamos más y en el que hay que empezar a asumir la cagada, reparar el daño en la medida de lo posible y tratar de sacar el máximo partido al futbolista, que es industiblemente extraordinario y puede llegar a ser la hostia.
Desde el punto de vista ético, tragarme el sapo me cuesta mis sudores, como tantísimas otras cosas del puto fútbol; pero intento disociar el tema moral del jurgolístico, aún siendo consciente de que todo esto apesta. Sé que es trampa y que no hay manera razonable de justificar esta esquizofrenia, pero tiro para adelante como con tantas otras cosas. A veces (por ejemplo, leyendo a Eduardo Galeano) encuentro razones para justificar mi pasión por este deporte que mezcla la más sublime de las expresiones del alma humana con sus más profundas miserias, todo ello dentro del marco del capitalismo más rancio y despiadado.
Recuerdo cuando Pep hizo la campañita esa del Sabadell; le habría ahostiado vivo. Cada vez que veía un póster con su cara iconizada por un banco, se me caía el alma a los pies. Decepción mayúscula. Pero, no sé cómo, conseguí fijar mi atención en el campo y en tantas otras cosas en las que seguía siendo un modelo. Al final, aunque le perdí como referente intachable del moderno hombre íntegro, me ha resultado bastante sencillo conservarle como mito eterno.
En fin. Dudo que esta retahila amorfa de ideas mal cocidas represente fielmente lo que me pasa por el pensamiento y sé que el botón de “post comment” exige un respeto, pero me sentía impulsado a decir algo sobre el tema; quicir, algo más que un trisitérrimo contrachiste.