Todos sabemos que si el Barça no llevara cuatro puntos de ventaja a su máximo rival en Liga, ayer hubiera perdido en Vigo. Fue esa necesidad la que hizo a un equipo que perpetró la primera parte que todos vimos, sobrevivir a su propia mediocridad y sacar los tres puntos en Balaídos, como los sacó el Celta en el Camp Nou: sufriendo.
Pero tampoco hay que olvidar que en fútbol todo tiene su causa y su efecto y el equipo acababa de eliminar al City y ganar al más mejor club de la historia. O sea, que si lo de ayer lo tomamos como un Anoeta reloaded pero con final alternativo del director, a regañadientes, pero lo podemos dar por bueno.
Con la incógnita de Messi resuelta, Luis Enrique salió con todo en Vigo con la única excepción de la pequeña satisfacción que le quiso dar a su protegido Rafinha y que éste le devolvió con un pésimo partido. Así, desde el primer minuto se vio a un Celta metido en el partido, ganando todos los duelos individuales y a un Barça absolutamente superado que se mantuvo en pie gracias a la concentración de los centrales y del propio Bravo que metió una mano firme a un buen disparo de Larrivey (Recuerden el gol que le mete Di María a Pinto en la final de la Copa del Rey y busquen las siete diferencias).
Del Barça, con los tres de arriba absolutamente desconectados, poco se supo en la primera mitad más allá de una jugada dudosa donde Suárez reclamó penalti. Messi, quizás más lesionado de lo que nos dicen, no estuvo bien anoche y Neymar, en su línea de los últimos partidos: entre mal y peor. Suárez, sin su socio Rakitic, baja mucho su rendimiento y Luis Enrique lo debería saber.
Llegó el descanso y la mejor noticia era el cero a cero. El equipo , al que no me atrevería a llamar Barça, necesitaba los tres puntos y salió de otra manera al campo y, en los primeros compases, Neymar marcó un gol que fue indebidamente anulado por fuera de juego. El Celta, con sesenta minutos de pressing en sus piernas, bajó su intensidad y el Barça comenzó a dominar, especialmente tras la salida al campo del metrónomo Xavi que, a diferencia del superado Rafinha, dio orden y sentido al juego del equipo que, poco a poco, se hizo dueño del partido.
El gol salvador llegó de una falta, muy bien sacada por Xavi que Mathieu, en modo Matrix, remató en una postura imposible y se coló en la portería gallega de una forma espectacular tras tocar el travesaño. Un gol importantísimo que permitía sacar los tres puntos de forma agónica, como en Valencia y el Madrigal, y que nos hizo saltar como si de una final se tratase. Porque el Barça está jugando finales, con un Madrid espoleado por su ejército de marketing, y las está sufriendo más que jugando.
Queda mucho todavía para tantas angustias. Convendría además que Luis Enrique se planteara algunas cosas con respecto al fútbol que se vio ayer en Vigo y que, con este centro del campo, se va a sufrir mucho en Sevilla y, no digamos, contra el Valencia y Atlético. Cuatro son pocos puntos para estar tranquilo y yo sí creo que el Madrid no va a perder más partidos hasta el final de campeonato. Necesitamos fútbol con urgencia.
Epilogo by appointment of the great Cretini.
Bueno, parece que el Barça ha encontrado con Luis Enrique a su Capello particular. Pragmático, resultadista y que prioriza el fin a los medios. Probablemente se lleve más de un título al zurrón pero es claramente un entrenador de épocas de transición y no para iniciar un proyecto a largo plazo. Mientras lo encontremos, me vale. Lástima que hayamos perdido un año por la frivolité del rey de los asados.
Todo eso no quiere decir que no vaya a celebrar los títulos como el que más. Solo por ver escupir bilis a la caverna, merece la pena. No lo duden.