Se anunciaba tormenta para los intereses blaugranas, así lo habían vaticinado los más refutados expertos pues decían que nos enfrentábamos a un Atlético a un nivel muy difícil de superar en su estadio. Y nada. No digo que fue fácil porque hubo que remontar un gol del “niño” pero la superioridad que se vio ayer en el Calderón fue de las de impresión. Con o sin Messi, el Barça fue una máquina colectiva bien engrasada que, por momentos, caricaturizó al rival, algo que dice muy bien de su técnico y del trabajo colectivo.
Para mayor reafirmación de los agoreros, Messi, por lógica, no estaba en el once inicial y el pobre Vermaelen se lesionó a los pocos minutos de iniciarse el partido. Pero, pese a ello, los tres centrocampistas, especialmente Busi e Iniesta ejercieron de mariscales de campo y los colchoneros ni la olieron salvo un mal pase de Machete que comenzó con alguna duda. Los demás desarrollaron un ejercicio de responsabilidad y seriedad que, si no tuvo el fruto merecido, fue por la falta de acierto de Suárez que, casi a portería vacía, chutó al larguero, de Rakitic, que también solo, tiró al muñeco y, en una contra, de Neymar, que como en Berlín, no acertó ese primer control que le hizo perder la oportunidad de abrir el marcador, a pesar de que en la jugada Mateu debió pitar unas manos claras de Godín.
La segunda parte comenzó igual pero un despiste en defensa habilitó a Torres y lo dejó solo ante un indeciso Ter Stegen abriendo el marcador a favor de los atléticos. Pero el Barça siguió con su juego de apisonadora y, con Messi en el banquillo, Neymar hizo una jugada individual que acabó en falta y la falta en un golarro en la escuadra de Oblak. La injusticia del marcador había sido reparada en poco más de tres minutos. Pero faltaba lo mejor.
Tras una larguísima jugada (a mí se me hizo eterna) en la que Messi estaba esperando en la banda para entrar, por fin salió el balón del campo y entró un huracán llamado Messi que, espoleado por el nacimiento de su segundo hijo Mateo, tuvo unos 30 minutos memorables. Nada más tocó el balón se iluminó el partido, pasamos del blanco y negro al color y las jugadas de ataque se sucedían en el área atlética que achicaba agua como podía hasta que en una jugada por banda izquierda entre Neymar, Alba y posteriormente Suárez, dejó de un toque el balón para que el más grande tocara con la zurda suavemente para salvar al portero y adelantarse en el marcador haciéndole, por fin, justicia.
El inefable Mateu Lahoz hizo un partido de los suyos y decidió voluntariamente tragarse el pito en las áreas, lo cual perjudicó al Barça que reclamó hasta tres jugadas de mano en el área atlética por una de Machete que reclamaron los colchoneros. Para mí todas lo fueron. No afectó al resultado pero este hombre tiene más peligro que un mono con un kalashnikov.
Golpe de autoridad de un Barça que, desde la debacle en la supercopa de España, ha sacado su gen competitivo y apenas le han hecho una o dos ocasiones claras de gol desde que se inició la Liga. Es un fútbol distinto al del paladar culé guardiolista-cruyffista pero hay que reconocer que es efectivo y que nos puede dar muchas alegrías. Y el miércoles, comienza la Champions. Este equipo es de fiar.