La era del más grande no puede ni debe acabar de la peor manera, permitiendo que el último partido del mejor jugador de la historia del club sea el de su mayor descalabro en Europa.
Algunos (muchos) culés tienen más miedo a la retirada de Messi que a la propia muerte. Y ahora mismo están (estamos) aterrados. Porque dicen que dicen que dicen… que Messi se va del Barça. La noticia que los culés no querían escuchar nunca ya está instalada en esa antesala llamada rumor. Son los que pensaban que el 2-8 serviría para que (por fin) se marchase una junta directiva que nunca ocupa portadas en la prensa que se dice barcelonista porque si no ninguno los leería. Si Bartomeu quería pasar a la historia del club, está a punto de conseguirlo. Se le recordaría única y exclusivamente por la mancha indeleble de haber provocado la salida de Messi. Por conseguir el sueño húmedo de todo el madridismo: que, por fin, se vaya el símbolo del club. Josep María, si quieres echar a Batman de Gotham, solo queda recordarte las palabras de Moacir, aquel portero brasileño a quien en su país culparon del Maracanazo de 1950: “La condena máxima es de 30 años. La mía fue perpetua”. Ese puede ser tu legado en la centenaria historia del club.
Para quien tenga la tentación de echar mano del clásico “ningún jugador está por encima del club” baste recordarle que la dimensión de Leo en el Barça solo es comparable a la de los más grandes y sus clubes icónicos: al Real Madrid se le fue Di Stéfano y, pese al canto del cisne de la Copa de Europa del 66, tardó más de 30 años en volver a reinar en Europa. El Santos de Pelé tardó casi 40 en volver a levantar la Libertadores sin él. Tal vez el Ajax se recuperó algo más rápido: 22 años para superar el trauma de perder a Cruyff. Del Nápoles sin Maradona o de los Bulls sin Jordan casi mejor no hablar de sus décadas sin títulos.
El final de Messi en el Barça es ley de vida, cuestión de tiempo. Pero la era del más grande no puede ni debe acabar de la peor manera, permitiendo que el último partido del mejor jugador de la historia del club sea el de su mayor descalabro en Europa. Discutiendo con el jugador a través de comunicados y en las redes sociales. Porque Messi no es uno más: es un general romano que no ha sido elegido por el Senado sino que lo han nombrado sus propias legiones. Bajo su mando han llevado al Imperio a lo más alto y es por ello que el general Méssimo Décimo Meridio tiene el derecho, el deber y la obligación de morir (deportivamente) en Roma. Ahora podría echar abajo a todo el Senado del palco de honor culé. Porque sin él, a sus millones de legionarios, repartidos por el mundo, esos que ya comenzaban a concentrarse esta noche en la sede de Arístides Millol, ya no les importa si la ciudad eterna cae a pedazos consumida por las llamas porque bajo los escombros ya solo quedan Deambulés, Chutinhos y Hombres Grises.