Para poner en contexto la primera eliminatoria jugada por el Barça en esta edición de la Copa del Rey, simplemente había que darse cuenta de que el filial azulgrana está en una categoría superior a la del rival de hoy. Quiere esto decir, que incluso con el Barcelona B sobre el campo, se debería haber pasado esta eliminatoria. Tras la oportuna aclaración, hay que reconocer que este tipo de eliminatorias siempre son como una visita al dentista: no vas a sacar nada bueno de ahí y solo esperas que todo se resuelva de la manera más rápida e indolora posible.
Y con esa intención saltaron los de Xavi al abarrotado Campo Municipal de Deportes de Barbastro con cerca de 5.000 espectadores, casi un tercio de la población de la localidad. Las lesiones no le permitieron a Xavi hacer demasiados experimentos, ni llenar el equipo de chavales: un ridículo copero podría hacer saltar todas las alarmas. Así que el equipo se puso el mono de trabajo y desde el comienzo encerró a los aficionados -los jugadores y el público- locales en su área.
Pero fue ahí donde el Barça chocó con su propia incapacidad. Si alguien tenía alguna duda de que tanto Nahinhabsolutinha como Yerrán Torpez no tienen nivel para estar en la plantilla, hoy solo quedaba por resolver quien de los dos debería abandonar antes el club. El premio se lo llevó indiscutiblemente O Tiburao do Foios, absolutamente incapaz durante todo el partido y que, para arreglarlo, apeló al frio oscense para justificar su paupérrima actuación. Razón suficiente para abandonarlo desnudo en medio del Pirineo con una linterna y un mapa y sugerirle que intente buscar el camino más rápido de regreso a casa.
Suerte para el valenciano que su torpeza quedó opacada por el pasotismo, la caradurez y la vagancia de Juan Infeliz. La estadística a veces enmascara la realidad pero en este caso sus 0 goles, 0 asistencias, 0 regates, 0 recuperaciones y 15 balones perdidos definen perfectamente al personaje. Cierto es que marcó un gol legal anulado por el árbitro pero durante el resto del partido, el portugués confirmó que no tiene cabeza para el fútbol de élite. Tampoco para el aficionado, como era el partido de hoy. Ya sabe de sobra que en Junio no seguirá en el club y le da igual todo. El único temor para el aficionado culé es que el club haya firmado alguna cláusula secreta con Mendes. Sudores fríos.
Todo lo contrario aplica al brasileño Raphinha quien, como es costumbre en él, dio todo lo que tiene. Que no es mucho, es verdad, pero se hace difícil reprocharle nada a quien en un partido que casi nadie quiere jugar, se esfuerza como un juvenil debutante. Suya fue la asistencia en el primer gol a Fermín y suyo fue el segundo gol que parecía sentenciar la eliminatoria, aprovechando un centro largo al segundo palo de Fort. Un gol que, por fin, debería permitir a los jugadores relajarse y disfrutar.
Pero el equipo al completo se contagió del virus “Joao Felix”, es decir, indiferencia, dejadez y desgana, esperando que llegara el final del partido sin hacer un solo esfuerzo más. Y eso, ante la ilusión de un equipo de pueblo, se pudo pagar caro. Un córner regalado por el Infeliz exhibió una absoluta falta de tensión en defensa para que De Mesa marcase el gol que revivía la eliminatoria. Quedaba media hora por delante y la mitad del equipo azulgrana –hoy de amarillo– hacía rato que estaba pensando en el viaje de vuelta a Barcelona.
Rondaron el empate los locales en un nuevo remate de cabeza cuando Xavi ya había tenido que recurrir a la “vieja guardia”: Dugarrowski (35) y Gündogan (33), titulares juntos hace diez años en una final de la Champions con el Borussia Dortmund. Quien los ha visto y quién los ve. De Wembley a Barbastro. El alemán aprovechó para hacer turismo y el polaco, al menos, marcó un penalty con su estúpida y recientemente adquirida costumbre de bailar la sardana antes de lanzarlo. Robert, déjalo ya, por favor.
Aún quedó tiempo para que Kodroque volviera a fallar un mano a mano, en lo que parece que va a ser su sello distintivo, y también para que el árbitro se sumara a la fiesta regalándo unos minutos más de emoción a los aficionados barbastrenses. Su penaltito inventado lo transformó Prat para soñar con el milagro. Pero ni siquiera hubo tiempo para ese “uy” final que hubiera sacado –aún más– los colores a los de Xavi que se cuelan en los octavos dando pena y sin gloria.