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Crónica

La maldición de Montjuïc

Cuando se decidió que el Barça jugaría esta temporada sus partidos como local en Montjuic, más de algún aprensivo debió pensar que, tal vez, jugar en un estadio que está situado al lado de un cementerio no era la mejor de las ideas. Los fríos números les empiezan a dar la razón: pese a la horrenda temporada –especialmente en lo que se refiere al juego– la realidad es que si el Barça hubiera ganado los partidos que ha perdido en el estadio olímpico, sería líder.

Fue un nuevo –aunque tal vez no tan inesperado– tropiezo ante un Granada al que no se gana desde hace varias temporadas. De aquellos polvos en los que a Neymar se le atragantaba ese lateral derecho granadino de nombre Nyom, a estos polvos donde un equipo que descenderá con toda probabilidad a final de temporada, ya le ha hecho perder 4 puntos a los del dimitido- en-diferido. Dicho de otro modo: de estar en la pomada a estar desahuciados.

Cierto es que no se comenzó del todo mal el partido con una mejora en la movilidad del equipo. Donde incluso Dugarrowski parecía –solo parecía– haber vuelto a tener más movilidad y creatividad. Una buena jugada en ataque con mejor finta y centro de Cancelo era rematada por Yamine El Chaval para adelantar a su equipo. Flotaba en el ambiente la sensación de que, por fin, se ganaría un partido sin problemas. Nada más lejos de la realidad. Volvió el equipo a su penosa actitud de no buscar el segundo y contemporizar. Tras ocho días de descanso, es inexplicable el bajón cuando apenas se llevaban quince minutos de partido.

Y con esa actitud, el Barça se convierte en un chollo para cualquier equipo que se lo crea un poco, que a estas alturas ya son todos. El Granada asomó un poco la cabeza y se dio cuenta de que no había nada que temer. Bastaron un par de balones en largo para hacer temblar a la defensa azulgrana y a un Ter Stegen, completamente desubicado y tembloroso con el balón en los pies, tras sus meses de lesión. Si Robert necesita tres o cuatro meses para ponerse en forma cada temporada, no tiene pinta de que el alemán le vaya a la zaga. Der Viejazen ya está aquí.

Una clara ocasión desperdiciada por Robert –el gol ya no siempre llama a su puerta– fue el preludio del sempiterno “quien perdona…” En el primer acercamiento claro del Granada, Pellistri ganó la línea de fondo para que Ricard Sanchez, que pasaba por allí sin marca alguna, empalara de primeras en semi-volea y dejar el empate poco antes del descanso. Nada nuevo en la colina barcelonesa.

La segunda parte comenzó prácticamente como había terminado la primera. Nueva ocasión desperdiciada por Robert para que casi a renglón seguido, el uruguayo Pallestri aprovechase un barullo en el área, con una defensa digna de patio de colegio. Llegaron entonces los minutos de locura en Montjuic. Apenas un par de minutos después, y antes de que llegara el run-run de las gradas, Robert por fin volvió por sus fueros: controló y definió como solía, con un buen disparo que ponía el empate. El mismo tiempo que tardó el Granada en volver a sacar los colores a la zaga local. Testarazo de Miquel en un balón colgado al área y el balón que doblaba las mantequillosas manos de Ter Stegen.

Los cambios de Xavi solo aportaron más pollosincabezismo: Nadinhabsolutinha y Fermin aportaron sus ganas y sus carreras incansables pero entre poca y nula creatividad. Tras varias palancas y muchos minolles de euros invertidos, el Barça parece tener que única solución agarrarse a un chaval de 16 años que dará muchas alegrías al club. Pero así, en futuro imperfecto. Lamine el Chaval tomó las riendas y se sacó el gol del empate de la nada misma. Recuperó un balón y, sin pensárselo mucho, se perfiló para un lanzamiento ajustado y potente que ganaba la batalla al ídem portero visitante.

Y con un Xavi desesperado, que colocaba cualquier cosa que le sonase a gol sobre el césped, lo intentaron los suyos hasta el último final, apelando como casi toda la temporada a la épica final. Algo que ya se avisó a principio de temporada que podía ser un buen recurso puntual pero un nefasto plan de juego. Y si alguno soñaba aún con el milagro, ya va siendo hora de levantarse de una siesta que dura siete meses.