Siempre he creído que no hay un único modelo de presidente para un país, una ciudad o un club. Hay momentos, hay coyunturas. Y un presidente idóneo para cada circunstancia. Jan Laporta i Estruch fue el presidente ideal para la etapa que cerramos.
Cogió un club deprimido, hundido por la mediocridad del nuñismo (un ciclo del que estamos recordando demasiadas cosas en la última semana), acomplejado y desorientado, y lo ha convertido en una máquina de ganar, una referencia mundial, un motivo de orgullo para millones de personas.
Y eso lo ha hecho gracias a su carácter: impulsivo, decidido, valiente, desacomplejado, ambicioso. Impulsado por estas características, Laporta ha gobernado el club sin mirar a Madrid, sin depender de las 100 familias catalanas, sin servidumbres hacia los grandes grupos mediáticos, dando por culo permanentemente a la Brunete y al madridismo. Y todo eso, en un país tan dado al pacto, a la prudencia y a modular el discurso en función del auditorio, tiene un valor incalculable.
Podría hablar del espectacular incremento de socios, del brutal aumento de los ingresos, de la mejora económica, del pacto con UNICEF, de la universalidad del club, de la potenciación de las secciones, de la idea futbolística, del auge de la cantera…Pero prefiero recordar el 2 a 6, París, Roma, el 0 a 3, las ostias a las asquerosas campañas mediáticas, Stamford Bridge, los seis títulos, las humillaciones en basket…Y muchos otros momentos gloriosos que hace unos años ni siquiera soñábamos.
Per amigos, eso no es lo más importante. La herencia más valiosa que nos deja Laporta es el cambio de mentalidad. Apoyado en el modelo cruyffista, Jan Laporta i Estruch dio un vuelco a nuestra historia. Ahora somos un club ganador, seguro de sí mismo, que inspira pánico en Madrid, y que camina orgulloso por todo el mundo. El adn que algunos yoyeros buscan a 600 kilómetros está mucho más cerca de lo que ellos creen. Y en gran parte, eso es gracias a Jan Laporta.
Claro que ha tenido defectos. Las características que antes he citado en general van acompañadas de soberbia, impaciencia, egolatría y chulería. Laporta es un hombre de rauxa y jamás lo será de seny. No sabe trabajar a largo plazo y tejer alianzas estables. De ahí el fracaso de su sucesión, las disputas con tantos directivos, y la complacencia post-París. Por eso jamás ha existido ni existirá el laportismo, porque todo comienza y acaba en él.
Ahora seguramente sea tiempo de otro perfil presidencial: más matizado, más sibilino, más institucional. Pero deseo con toda mi alma que eso no sea a costa de la principal herencia del anterior presidente: ganar, ganar y ganar.
Se va Joan Laporta i Estruch, el presidente que llegó, se bajó los pantalones, y enculó a todos los malos. Descorchen todo el Möet Chandon, que se va un grande.
Gràcies, president. Ens veiem a Luz de Gas.