BARÇA 5 – PANATHINAIKOS 1
Pongamos en una coctelera una base de 11 de gala, añadamos una mezcla espirituosa de identidad y automatismos colectivos que conforman el credo irrenunciable del equipo para dar cuerpo y solidez al brebaje, un toque de Messi estelar y, para acabar, una pizca de generosa inocencia del Panathinaikos, sacudimos y servimos frío en su punto justo de efervescencia, y nos da un sabroso combinado que explica el 5-1 que supone el estreno del Barça en Champions esta temporada. Tras el gatillazo generalizado que supuso el tropiezo contra el Hércules el pasado sábado, el propio equipo y su afición merecían recobrar la senda del optimismo con una vigorizante y graduada copa que hiciera recobrar al barcelonismo la percepción que las cosas volvían a su cauce habitual: el dulce y excitante sabor de una victoria contundente gracias a una exhibición de juego, el retorno a los orígenes en cuanto fundamentos futbolísticos, el estado anímico eufórico de que este equipo, cuando se pone y hace las cosas bien, es insultantemente fiable e imparable. Como todo lo anterior se dio, hubo ayer noche embriago generalizado de fútbol y felicidad. De nuevo volvió el Barça que convierte en rutina la excelencia.
Y eso que el de ayer fue un partido muy del Barça, en los que se marran más ocasiones de las que se marcan y el rival de turno te enchufa, aunque sea un milagro, la primera que tiene. Pero ni dos minutos tras el gol encajado tardaron Xavi y Messi en dar el golpe de genio que ponía orden e iniciaba la goleada de un partido que el Barça ya había empezado con mando, autoridad y llegadas constantes a la área rival y con los griegos, desesperados, viendo correr el balón sin llegar nunca a tocarlo y perdiéndolo a los pocos segundos si de casualidad se hacían con él. Messi, Villa y Pedro desquiciaron a los defensas griegos con su movilidad y permutación de posiciones, incapaces de intuir por donde éstos clavarían el puñal; Busquets, Xavi e Iniesta se hartaron a tocar, controlar y elaborar con suma facilidad; y por si fuera poco, Dani Alves abusó del carril derecho como si de la recta de meta del circuito de Montmeló se tratara: de centrar alguna bien, hubiera sido la leche. También fue el de ayer noche un partido que, en detalles, respondió al desaguisado vivido el sábado contra el Hércules. Cuando juegan los habituales, la identidad futbolística no se resiente y la fluidez del juego es mayor: los automatismos están tan aprendidos que la posición de los futbolistas y sus movimientos sobre el césped salen de memoria. Estos son los conceptos que los novatos, que son tan buenos futbolistas como los veteranos, con tiempo, tienen que hacerse suyos para que su aportación al juego colectivo del equipo fluya de manera natural. Tras el desperdicio del sábado en los saques de esquina, que llegó a desquiciar hasta el tipo más templado, hubo ayer gol de Villa en la salida de un córner. Abidal nos confirmó que, a día de hoy, sigue tan desafortunado tanto de central como de lateral, evidenciando que sigue de puesta a punto en busca de su estado de atleta ideal. Y siguiendo la comparación, el Panathinaikos ni por asomo tuvo la disciplina, la solidez, la disposición y el estudio del rival que sí tuvo el otro día el Hércules: empezó mal – a pesar del gol -, y el Barça lo empeoró, tal que acabó diluido y desangrado a medida que la apisonadora blaugrana se divertía – con saña – a su costa. El que quedó más retratado, pero, fue el entrenador griego, que tras el sorteo de grupos afirmó que él sabía la fórmula para hacer daño al Barça: otro bocazas para la colección.
El partido tuvo detalles fantásticos como la exhibición individual de Messi, con dos goles excepcionales (y van…), en especial el segundo de su cuenta, el tercero del equipo, jugada estratosférica de pases y combinación hasta la cocina. El Barça es de hacer muchas de éstas, que cuando no salen, encabronan al respetable tribunero – ¡¡chuta, cony, chuta!! -y desquician en silencio al anteriormente mentado tipo templado, pero que cuando salen el orgasmo llega al infinito. A vueltas con Messi, decir que a pesar de su brutal exhibición, el tipo debió salir con bronca del campo por el penalti fallado, su chutazo al travesaño y su doble palo y por alguna que otra ocasión marrada más. Así es el nivel de inconformismo y voracidad de este genio que aun marcándose un partido tremendo necesita y ambiciona más, tanto para él como para el equipo. Y también tuvo el partido curiosas novedades cortesía de la UEFA, como esos dos árbitros – ¿asistentes de portería? – situados en la línea de fondo que harán incrementar el esperpento y el sonrojo cuando ni éstos, llegado el día, que llegará, sean capaces de ver si un gol fantasma ha sido o no o cuando, desde su atalaya privilegiada, también sean incapaces de fallar una acción con un posible penalti dudoso. Y aunque a la mayoría de mortales les pueda parecer inédito que ayer los árbitros fueran de blanco, en can Barça es algo que no sorprende: sabemos que esto ya viene de largo.